• Autor de la entrada:
En este momento estás viendo Secretos

Tenia 11 años. Estaba en el cole. No recuerdo de qué era la clase. De pronto, llamaron a la puerta. Era el director, el señor Valencia. No estaba solo, venia acompañado por un tipo. Se plantó delante de la pizarra, y mirándonos, nos dijo:

Vengo con un amigo mío. Se llama Montxo y es director de cine. Está buscando chicos de vuestra edad para actuar en su próxima película.

Y girándose hacia él, le dijo: Aquí los tienes.

Su acompañante, de barbas y pelo largo, se plantó delante nuestra y estuvo unos minutos observándonos en silencio. En aquella época, en mi cole éramos casi 40 chavales por clase, y la mayoría chicos. Así que se pasó un buen rato escudriñando miradas, caras, cuerpos, detalles… Y fue eligiendo. Señaló a varios de mis compañeros, creo que a 3 ó 4. No recuerdo bien. A continuación, pidió permiso al profe que estaba dando la clase. Quería llevárselos, y no hubo objeción. De esta manera, salieron de la clase mis 3 ó 4 compañeros, el señor Valencia, y aquel tipo tan curioso. Todos juntos.

A continuación, quienes nos quedamos dentro, continuamos con la lección como si nada hubiera sucedido.

No lo sabia en ese momento. ¿Cómo iba a saberlo? El tipo que había entrado en clase era Montxo Armendáriz. Estaba buscando chavales para participar en Secretos del corazón. ¿Qué? ¿Rodar una película? ¿O sea que es así como se realiza un casting de actores? Mis padres provienen de un entorno rural, así que yo no tenía ni idea de cómo funcionaba el mundillo del cine por dentro. Según me enteré después, también se hizo lo propio en la clase de al lado (en mi cole había dos aulas por curso). ¿Y qué pasó después? Pues que a ese grupo de seleccionados, compañeros míos del cole, les hicieron pruebas de cámara: presentarse, contar algún chiste, cantar… Finalmente, de entre todos ellos, uno fue el elegido: Álvaro. Montxo había venido personalmente a buscar un chaval para representar el papel del hermano mayor del protagonista. Si has visto la película y la recuerdas, identificarás perfectamente a este personaje. Así pues, tras el casting y la elección, hubo acuerdo por todas las partes. De tal manera que Álvaro se despidió por una temporada y partió al rodaje. Si la memoria no me falla, estuvo todo un curso académico sin venir al cole. Le habían puesto profesorado particular y había hecho los exámenes correspondientes, así que no había perdido el curso. Una muy práctica solución. 

Recuerdo el momento en el que fui al cine a ver la película. Habían pasado casi dos años desde que Montxo entrara en mi clase. Después de tanta expectativa generada, el cine, como siempre, hizo su magia. Fue alucinante ver a mi compañero en la pantalla grande, actuando como un profesional, como si llevara toda la vida haciéndolo. En ese momento, no fui capaz de expresárselo a nadie, pero lo cierto es que me alegré mucho por él. Era una sensación de orgullo, algo así como: «¡Eh, que conozco a una estrella!». Y supongo que también había una sensación de envidia… ¿sana?

Si todavía no has visto esta película, te animo a que lo hagas. Calma, no te voy a hacer spoiler, si es lo que estás pensando. Te animo a que lo hagas porque sencillamente me parece una película sublime.

¿Y eso?

Podría dar varias razones. Las películas de Montxo normalmente tienen algo especial. Tal vez sea esa asidua conexión con el mundo rural, junto a ese halo de nostalgia y misterio que envuelve a sus historias… En el caso concreto de Secretos del corazón, creo que su mayor atractivo reside en que es una historia de adultos contada desde el punto de vista de un niño de 9 años. Desde esa perspectiva, las posibilidades a explorar pueden ser muy interesantes, ¿no te parece?

Según la teoría del desarrollo cognitivo de Jean Piaget, entre los 7 y los 11 años de edad se da la etapa de “operaciones concretas». Es decir, a partir de ese momento empieza a usarse la lógica para llegar a conclusiones válidas. ¿Y esto qué significa? Dicho con un ejemplo, antes de los 7 años, en el estado preoperatorio, un niño tiende a creer que la cantidad de un litro de agua contenido en una botella alta y larga es mayor que la del mismo litro trasegado a una botella baja y ancha. En cambio, en esta fase, la etapa de operaciones concretas, se desarrolla la capacidad para comprender el concepto de conservación, ya sea tanto en volúmenes como en superficies. Además de esto, lo normal es que en esta etapa también se desarrolle la capacidad de considerar el punto de vista de otra persona, de hacer clasificaciones jerárquicas y de comprender la reversibilidad. Esto es así en líneas generales. Está claro que se puede argumentar que es tan sólo una teoría psicológica y que como tal, depende en buena medida de la cultura que estamos observando. Pero creo que en este caso nos puede servir para crear un marco de referencia.

Siguiendo por ahí, tal vez se pueda decir que en esta fase se empiezan a comprender ciertas cosas, y como consecuencia, aparecen preguntas que hasta ese momento no habían surgido. Es en esta fase cuando comienzan a producirse ciertos cambios, tanto a nivel físico, como cognitivo, y por supuesto, emocional. ¿Puede decirse que es el pistoletazo de salida a la travesía que nos llevará desde la niñez a la pubertad? Sea lo que sea, lo que está claro es que algo empieza a despertarse. Un gran cambio se atisba en el horizonte.

¿Recuerdas cómo viviste aquella época? ¿Cómo veías el mundo a los 9 ó 10 años?

Es en ese momento donde nos sitúa la película. Irremediablemente, e independientemente de la edad que tengamos, nos confronta con algo profundo y nos hace preguntarnos: ¿Cuándo dejamos de ser inocentes? ¿En qué momento nos convertimos en adultos?

Javi, el protagonista, descubre una casa abandonada donde una vez se cometió un doble asesinato. Es un suceso que le aterra y le fascina a partes iguales. ¨Los muertos gritan para liberarse de sus secretos¨, le dice al respecto Juan, su hermano mayor. Éste es el punto de partida de la película. Y desde ahí, desde ese escudriñar, ese investigar un suceso misterioso en un escenario que parece encantado, Javi empieza a hacerse preguntas. Y no deja de hacérselas allí donde va. Esa curiosidad es una fuerza superior a él, le acompaña a todas partes. Cuando regresa al pueblo donde vive la mayor parte de su familia, sigue planteándose dudas. A veces tiene el valor de expresarlas en voz alta. El problema es que algunas de ellas son incómodas para el resto. Por eso en ocasiones recibe incomprensión, rechazo, burlas e incluso violencia. Sin embargo, pese a todo, su curiosidad innata le anima a seguir indagando.

En su afán por desvelar secretos, en ese proceso de ensayo-error, Javi va aprendiendo. Lo hace de manera constante. Y así es como descubre muchas cosas, como el significado de nuevas palabras (chingar), la pornografía, el funcionamiento de la reproducción sexual (primero en los animales y después en la personas)…  A su vez, también, de forma paralela va descubriendo otro tipo de cosas más profundas y sutiles, como es la conexión entre el cuerpo y la emoción. En efecto, en ese aprendizaje, descubrirá que no siempre el llanto implica un dolor físico. Como le dice su tía, en la que para mí es la escena más conmovedora: “Hay cosas que te golpean por dentro, y duelen mucho más que los golpes… Ojalá que esto no tengas que entenderlo nunca.”

Es inevitable para mí proyectarme en el personaje de Javi y retrotraerme a esa etapa de mi vida. Esa etapa en la que de alguna forma, la inocencia se resiste a abandonarnos (¿o tal vez fui yo, quien la abandonó a ella?), mientras las normas sociales y culturales tratan de hacerse hueco para imponer su ley. Sí, hablo de ese momento en el que la espontaneidad infantil va camino de desaparecer, y en donde todavía hay algún resquicio de conexión natural con la fuente original.

A día de hoy, trato de observar aquella etapa de mi vida sin juicio, pero está claro que lo hago con mucha nostalgia y algo de vergüenza. Al igual que Javi, y como es natural, yo sentía una gran curiosidad. Pero al contrario que éste, la mayoría de las veces era incapaz de atreverme a explorar los misterios de la vida. Era un niño muy tímido. Extremadamente tímido. Paradillo, retraído, lleno de miedos e inseguridades. Únicamente, en mi mundo interior me sentía libre, y mi cuarto era el único lugar en el que me sentía seguro. Allí, entre mis juguetes y mis dibujos, soñaba con aventuras que era incapaz de llevar a cabo en la vida real. El mundo exterior era un lugar peligroso, como si estuviera continuamente burlándose de mí. Yo pensaba que todo lo hacia mal, que nada era suficiente. De ninguna manera capaz de creer en mí mismo. Ésta era la realidad que vivía en la infancia. Por eso, la imaginación era mi única vía de escape a esa dura realidad.

Estudié en el colegio Larraona de Pamplona. Era y es un colegio concertado, religioso, de la congregación de los claretianos. Allí es donde tuvo lugar la anécdota con Montxo. Allí también es donde hice mis primeros amigos, algunos de los cuales conservo. Entré con 3 años y salí con casi 18; es decir, me he pegado prácticamente media vida allí. A lo largo de aquellos 15 años, por supuesto, hubo de todo: momentos muy buenos y momentos muy malos. Y de entre todas esas reminiscencias, tengo un ligero recuerdo de mi primer día de clase. Como te puedes imaginar, sentí terror cuando mi mamá me dejó en aquel lugar, solo, rodeado de personas extrañas.

Mucho ha pasado de aquello. Tras una quincena de años, mi último día, en cambio, fue muy diferente. Lo recuerdo mejor. Y desde luego fue algo liberador… ¡Dejar el colegio para siempre! La adolescencia me había convertido en alguien rebelde y desubicado que se emborrachaba cada fin de semana. Ya sabemos lo que es esa etapa de la vida, ¿verdad? Fue una época convulsa, en la que andaba perdidísimo. Salí de allí jurando contra mis profesores y esperando no regresar nunca más.

Pero la vida tiene sus trucos y carambolas. Y todo tiene su proceso.

Ahora me viene a la mente esa frase de Jung que dice algo así como: “lo que rechazas, te persigue; lo que aceptas, te transforma”.

Pues va a ser que sí. Han pasado más de dos décadas desde aquel último día de cole. 20 años, a lo largo de los cuales han sucedido muchas cosas, y sobre todo, me he dedicado a  rechazar sistemáticamente aquello que no quería ver. En efecto, se puede decir que a lo largo de toda mi vida, me he dedicado a rechazar aquello que me causaba un profundo dolor. Lo fácil era juzgar a los demás, culparles de mis problemas, mis miserias y mi sufrimiento. Daba igual a quién, el caso era buscar a alguien a quien echarle la culpa.

Ahora mismo me pregunto si la responsabilidad psicológica, y sobre todo, emocional, se puede enseñar como se enseñan el resto de asignaturas en clase. A mí me habría venido de perlas.

En cualquier caso, la vida, que sabe más que nadie, hizo que me tragara mis palabras. En un curioso movimiento del destino, y cual inesperado giro de guión, me ha llevado de vuelta a mi cole. 

¿Y eso?

Ahora voy por voluntad propia. Quién me lo iba a decir. Causalidades de la vida. ¿El colegio es el lugar donde uno va a aprender? Pues yo sigo yendo a aprender. Ahí es donde recibo, de nuevo, lecciones. Esta vez, mi profe es otro. Las lecciones, también son diferentes. Ya no me enseñan mates o lenguaje. Ahora aprendo… ¿cómo decirlo? Ahora voy a aprender sobre la vida. Recibo lecciones sobre el vivir, el amar y el morir. ¡Uau! Y lo hago de la mano de un gran Maestro: Enrique Martínez lozano.

Enrique, tal vez lo conozcas, es un hombre muy especial. Fue sacerdote en su juventud y ahora se dedica a… Bueno, digamos que ya no da sermones ni promete la vida eterna a cambio de seguir unos dogmas específicos. Ahora se dedica a compartir su experiencia de vida. Esa experiencia que le llevó a buscar, a hacerse preguntas. Un poco como Javi, Enrique también es un explorador de la vida. Y al igual que aquél, su búsqueda se convirtió en una búsqueda personal, una búsqueda de su propia verdad. La suya y la de nadie más. Por eso, colgó los hábitos y decidió emprender un camino nuevo. Se atrevió a mirar dentro de sí, y tuvo el coraje para hacer cambios en su vida. Bueno, no voy a comentar aquí su extensísimo currículum. No es el momento. Si tienes curiosidad, no tienes más que buscarlo en internet. Métete en su web y bucea un rato. Lo recomiendo.

La vida es cambio constante, Enrique lo sabe bien. Por eso ha seguido y sigue adaptándose a los cambios y a los golpes que la vida trae. Lamentablemente, perdió a su mujer este pasado verano, siendo atropellada mientras iba en bici. Desde aquí el recuerdo para tu querida Ana. DEP.

En honor a la verdad, he de decir que si Enrique ya era admirable antes de este triste suceso, ahora lo es mucho más. Me explico. Donde cualquier otro se habría derrumbado por completo y quizá hubiera dejado de lado su actividad profesional durante una larga temporada, tal vez años, su caso es bien distinto. Es admirable la templanza, la serenidad y la paz con la que es capaz de compartir acerca de lo que ha sido su propio proceso de duelo. Me quito el sombrero, y verdaderamente puedo afirmar que es un Maestro que predica con su propio ejemplo. Como ves, no deja de darnos lecciones de vida. Realmente es todo un privilegio tenerle aquí.

Cada 15 días nos juntamos en el salón de actos de mi cole para escucharle y compartir desde un lugar de escucha, respeto y empatía. Además de estos encuentros quincenales, también ofrece diversos talleres sobre crecimiento personal. A lo largo de este curso, estamos tratando el Encuentro con la sombra. Cada dos meses nos encontramos para, guiados por su saber, atrevernos a mirar un poquito más allá. Atrevernos a mirar en ese lugar oscuro donde a veces hay dolor; ahí donde se esconden secretos, y donde normalmente no queremos ver. Y lo hacemos, como siempre, en un espacio de respeto y apoyo grupal, donde poder hacernos las preguntas necesarias para poner luz. Desde luego que está siendo una experiencia muy potente para mí. Es alucinante: poder sanar mis memorias infantiles en el mismo lugar en el que las viví. Sin duda me siento bendecido por ello. Es un regalo que me está haciendo la vida. Es como si todo estuviera conectado de una manera inexplicable.

Así pues, con esa sensación de que todo está en su lugar, de que todo sucede en el momento preciso, voy un pasito más allá. Y comparto algo más. Es un pequeño secreto sobre aquel día en el que Montxo entró en clase. Lo cierto es que aquel día, él no pudo escogerme porque no hubo opción. Y no la hubo porque sencillamente, yo no permití que me viera. Me agazapé detrás de la espalda de mi compañero de delante. A mis 11 años, era incapaz de mostrarme a los demás. Y mucho menos actuar en una película.

He necesitado 41 años para atreverme a compartir todo esto. Lo hago a través de este blog porque todavía no soy capaz de hacerlo a viva voz. Ahí vamos. Y la verdad es que, aún con cierta vergüenza, me siento liberado. Por suerte las cosas han cambiado y hoy veo la vida de otro modo. Hoy puedo ver que todo aquello tuvo sentido, y que todo pasó por algo y para algo. Si no hubiera vivido encerrado en una cueva, seguramente hoy no seria capaz de valorar lo que supone salir al mundo, respirar aire puro, ver la luz y liberarme de las cadenas que me ataban. Como digo, sigo teniendo vergüenza y miedo escénico. Aún me tiemblan las piernas cuando tengo que hablar en público. Sigo sintiendo que se me acelera el pulso y se me seca la garganta. No obstante, a día de hoy soy capaz de observar ese miedo. Soy capaz de verlo, sin reaccionar, sin salir corriendo. Soy capaz de no esconderme detrás de nadie. Lo cual es mucho para mí. Y ahí sigo, adelante con mi camino. Ser actor profesional no entra en mis planes. Me gusta pensar que la vida ya de por sí es un teatro en el que poder jugar a representar distintos papeles. No obstante, como curiosidad, te contaré que he hecho de figurante en un par de películas. Y la verdad es que me he divertido mucho con la experiencia.

Así que termino este post agradeciendo. Agradeciéndolo todo. Gracias a la vida, que me ha dado tanto, como decía Mercedes Sosa. Doy las gracias al colegio Larraona, por todo lo vivido allí durante tantos años. Gracias a mis compañeros, amigos y profesores, porque sin vosotros no hubiera sido lo mismo. Y también, por supuesto, doy las gracias a mis padres por decidir llevarme allí, junto a mis hermanos.

No puedo terminar este post sin antes darte las gracias, Enrique. Gracias por tu saber, por tu generosidad y tu humildad. Gracias por, sea como fuere, elegir mi ciudad para venirte a vivir y para compartir todo lo que sabes. Gracias por traerme de vuelta a mi colegio, y ayudarme a mirar mi sombra, y a sanar mi niño interior. Tanto en sentido literal, como figurado, en esencia significa para mi volver a casa.

Y eso es impagable.

Sin ti, nada de esto hubiera sido posible.

GRACIAS.

¿QUIERES RECIBIR UN CORREO CUANDO PUBLIQUE UN ARTÍCULO NUEVO?

¡No hacemos spam! Lee nuestra política de privacidad para obtener más información.

Deja una respuesta