Hoy quiero hablar de una gran experiencia que viví hace justo un año. Estuve unos días haciendo un retiro en la Osho Humaniversity.
¿Y qué diablos es la Osho Humaniversity?
De entrada, diré que fue algo muy potente y que conforme pasa el tiempo, más valoro haber vivido aquella experiencia. Así que de antemano doy las gracias a mis amigas María y Noemí porque sin vosotras no hubiera sido posible.
Ahora sí. ¿Qué diantres es la Osho Humaniversity? ¿A qué te suena esto? ¿Qué te sugiere?
Básicamente, es un centro de crecimiento personal, terapias, espiritualidad, desarrollo profesional y formación de terapeutas (todo eso y más) que se encuentra en el norte de Países Bajos. Fue fundada en 1978 por Veeresh en el pueblito costero de Egmond aan Zee, cerca de la ciudad de Alkmaar. Según su web: “Nuestro lema es Working with People for a Better World (Trabajando con Personas por un Mundo Mejor); un objetivo que se enseña ofreciendo educación experiencial extensiva e intensiva (combinando consciencia y sabiduría emocionales, junto con información practica y objetiva)». Y continúan diciendo que “Esto tiene lugar en un entorno dinámico de vida en comunidad con un alto nivel de interacción social».
Ésta es un poco la información que dan de entrada en su web y en sus panfletos. Ahora iré un poco más allá. Primero hablaré de su fundador, Veeresh. Y de su historia hasta llegar a fundar este centro.
Veeresh, cuyo nombre de nacimiento era Denny Yuson Sánchez, vino al mundo en la ciudad de Nueva York en 1938. Siendo hijo de inmigrantes humildes (Puerto Rico y Filipinas), no encontraba su lugar, y desde los 15 años se refugió en la heroína. Los años pasaban y él deambulaba por las calles en busca del caballo, entrando y saliendo de prisión, y sufriendo varias sobredosis en las que estuvo a punto de palmar. Malos tiempos para la lírica. Su vida era literalmente una mierda hasta que fue ingresado a los 28 años en un centro de rehabilitación: Phoenix House. La Casa del Fénix. Elocuente nombre, ¿verdad?
Allí, con paciencia y perseverancia, pudo rehabilitarse de sus adicciones, y no sólo eso, sino que se formó como terapeuta especializado en drogodependencias. El cambio se fue dando poco a poco y el milagro se hizo realidad. La maldición tornó en bendición, resurgiendo de sus cenizas y convirtiéndose en un respetado profesional. En vista de sus cualidades, en 1970 fue invitado a Londres para fundar la primera Phoenix House fuera de Estados Unidos. Europa le abrió sus puertas y pudo aplicar las técnicas de bioenergética creadas por Wilhlem Reich, terapeuta corporal. Obtuvo tal éxito que un año después, el gobierno holandés le invitó a desarrollar un programa para formar especialistas en adicciones.
Motivado por abrirse a nuevas perspectivas, oyó que había un tipo en la India que estaba haciendo cosas sorprendentes en el ámbito de la consciencia. Así pues, se fue a Puna y allí, en 1974, conoció a Osho. Este encuentro caló hondo en su persona. Tanto, que desde entonces usaría como propio el nombre que le concedió el propio Osho: Anand Veeresh, que en sánscrito significa “Dicha más allá del miedo». De tal manera que Maestro y alumno quedarían pues ligados para siempre.
Hablar sobre Osho excede el propósito de este post. Lo haremos otro día. Hay tanto que decir que no sé ni por dónde empezar. Sin lugar a dudas, fue un personaje que dejó huella. Pero como digo, habrá tiempo de tratarlo a fondo. Lo que sí puedo decir, es que si te gustan sus meditaciones dinámicas, si alguna vez las has practicado y disfrutado, dale también las gracias a Veeresh. Él fue quien compuso las diferentes melodías que se utilizan en ellas. De hecho, fue el primer terapeuta en el mundo que introdujo la música en sus grupos con drogodependientes.
El ritmo es esencial en nuestras vidas. Todo en el universo está hecho a base de ritmo y pulso. Veeresh tomó consciencia de ello y desarrolló variadas técnicas de meditación innovadoras, que combinaban la música, la danza y la atención al cuerpo. Este hombre fue un visionario, pues supo ver que las técnicas para la rehabilitación de drogadictos podían usarse perfectamente con todo tipo de personas. Efectivamente, la misma estructura psíquica que tiene un drogodependiente con respecto a su propia adicción, la tenemos todos con respecto a nuestros patrones de comportamiento. Ésta fue su gran contribución al mundo de la psicoterapia: te guste saberlo o no, todo el mundo es adicto a algo… ¡Incluso tú! De hecho, la neurociencia confirma que el sistema de recompensa del cerebro es el encargado de mediar la sensación de placer en el organismo. Es decir, seamos conscientes de ello o no, nuestro sistema nervioso es adicto al placer. Está en nuestra naturaleza. Y en la de todas las criaturas.
¿Qué te produce leer esto? ¿Y si te digo que, por muy nobles que sean nuestras intenciones, en el fondo de toda motivación subyace la búsqueda de placer? ¿Te lo habías planteado? En tu caso, ¿a qué tipo de placer tienes adicción? Ánimo con tu dependencia. Dale las gracias y obsérvala. Tal vez te des cuenta que no la necesitas más.
Volviendo a Veeresh, como he dicho, en 1978, fundó su propia comunidad: la Osho Humaniversity, situada en Egmond aan Zee y con la vocación de servir al mundo entero. Para ello, contó con la bendición del propio Osho, quien le animó a que se dedicara en cuerpo y alma a ese proyecto para así “formar a los mejores terapeutas del mundo». ¡Uau! Desde entonces, Veeresh se entregó a enseñar a miles de personas que acudían a sus talleres vivenciales, teniendo presente el principio fundamental de que «el amor es siempre la respuesta». Y por supuesto, considerando que quien ejerce la terapia no puede dar verdadera guía a menos que ésta esté basada en su experiencia personal.
Desde el día en que se fundó esta escuela hasta hoy ha pasado prácticamente medio siglo. Casi nada. A pesar de que Veeresh falleció en 2015, su legado ha seguido intacto a través de un nutrido grupo de terapeutas de diferentes nacionalidades que continúan con su labor con la misma ilusión y ganas. Hasta aquí el breve resumen de la historia de este lugar. Si tienes curiosidad, te animo a que entres en su web y bucees. Ahora seguiré con mi propia experiencia allí.
Las cosas parece que a veces surgen aleatoriamente. Sin planearlas. Una cosa te lleva a otra y cuando te quieres dar cuenta, estás en medio de tal aventura que si te la hubieran contado tiempo atrás no habrías dado crédito. Algo así pasó conmigo y este lugar. Resulta que estaba visitando a mi amiga María en Amberes, Bélgica. Allí nos habíamos juntado un grupillo de personas que nos habíamos conocido en un retiro en la Sierra de Gredos año y medio atrás. Hemos mantenido la relación desde entonces y de vez en cuando nos vemos. En aquella ocasión, nos dijimos: “¿Por qué no vamos a Flandes, a visitar a María?, así le hacemos compañía entre tanto flamenco”.
Y así fue. Buscamos una fecha, pillamos los vuelos y allí nos fuimos. Cada cual desde su casa. María, como perfecta anfitriona que es, nos acogió de manera fabulosa en su casa. Allí nos juntamos con ella: Eva, Neli, Marta, Daniela y yo, a lo largo de una semana. Lo pasamos pipa descubriendo Amberes y sus gentes, su arquitectura, sus comercios de diamantes, sus museos y mercados, y parte de su enorme e interminable puerto (el segundo de Europa). Disfrutamos de sus cervezas, admiramos las obras de Rubens, sufrimos su frío invernal, y nos sorprendimos con algunas cosas, como las primeras escaleras mecánicas de la historia (que siguen funcionado), o las llamativas estatuillas de la Virgen que hay en todas las esquinas del centro de la ciudad. Fueron unos días fabulosos en los que comprobamos que, de ninguna manera, «Flandes es el infierno”, sino todo lo contrario. Lo sentimos, Capitán Alatriste.
Tras una semana de mucho turismo e intensas conversaciones, se volvieron las chicas a casa. Yo, que no tenía muy claro qué hacer con mi vida, sentía que mi viaje todavía no había terminado. Anduve unos días a mi aire, disfrutando del eficiente transporte público y visitando Maastricht, en Holanda, o Aquisgrán, en Alemania. También aproveché para ir a Gante a ver a mi amiga Griet. Lo pasé genial sin rumbo fijo. Sin embargo, había algo que me rondaba por dentro. Así que se lo planteé a María: ¿Por qué no vamos a visitar a Noemí y así conocemos su comunidad? Sabíamos que llevaba dos años viviendo en un lugar muy particular. Lo sabíamos porque ella misma nos lo había contado alguna vez que había venido a ofrecer algún taller. En efecto, habíamos estado en la meditación AUM que la propia Noemí venía a facilitar de vez en cuando a Pamplona. La verdad es que descubrir esta meditación fue clave para mí. Desde el primer contacto con ella, me impactó y me hizo sentir gran curiosidad por conocer el entorno en el que se creó.
Así pues, Noemí y se mostró dispuesta a recibirnos y darnos a conocer su comunidad. Una nueva oportunidad surgía en ese momento. Así que allí nos fuimos, al norte de Países Bajos, hasta la villa costera de Egmond an Zee. El viaje transcurrió sin problemas, y en dos horas y media, llegamos. El pueblito en sí no tiene nada de particular y se ve que es muy tranquilo. Tal vez por eso lo eligió Veeresh. Bueno, por eso y por el propio edificio en el que está la comunidad. La verdad es que el lugar es muy peculiar. Se trata de una casa enorme que, según nos contaría Noemí, era un antiguo sanatorio infantil gestionado por una congregación de religiosas. Curioso. El edificio, a pesar de que es obvio que no es reciente, está muy bien cuidado, tanto por dentro como por fuera. Ya no hay Hermanas cuidando de infantes con enfermedades respiratorias. Aunque ahora lo habitan seglares, siguen con la misma vocación de ayuda y servicio. Son unas treinta personas, de diferentes nacionalidades y edades. Cada cual con su vida y sus motivaciones, habitando en aparente armonía y cordialidad.
Noemí nos hizo la correspondiente visita guiada mientras nos iba presentando a quienes iban saliendo al paso. Era sábado por la mañana y parecía que la casa estaba muy tranquila. Después de estar un buen rato recorriéndola, subiendo y bajando escaleras, y descubriendo la multitud de salas y estancias que alberga, decidimos que era suficiente y nos fuimos a dar una vuelta al pueblo. Elegimos comer en un restaurante con vistas al mar. Allí, Noemí nos contó cómo era su vida en ese lugar. María y yo escuchábamos con atención. Nos habló sobre cómo llegó allí y cómo compaginaba su vida en la comunidad con sus consultas y talleres, tanto presenciales como a distancia. Hablando de todo un poco, también nos contó que los lunes a la tarde, se ofrecía en la comunidad una bonita meditación, la Sacred Earth (Tierra Sagrada), abierta al público. De nuevo, otra puerta se nos estaba abriendo. A María y a mí nos pareció una buena idea, así que regresamos allí el lunes tras pasar el finde en Ámsterdam. Efectivamente, fue una bella meditación y conocimos a gente interesante. Estábamos a gusto y decidimos quedarnos a cenar allí mismo, en la comunidad. Mientras manducábamos en el comedor, recibimos la invitación a la clase de defensa personal que había esa misma noche. Aceptamos con gusto. Para una vez que estábamos allí, había que probarlo todo.
Tras terminar la cena, fregamos los platos y limpiamos la cocina y el comedor. Todo el mundo participaba en ello, en comunidad, con buen ambiente y buena disposición. Me gustó. Después, nos dirigimos al dojo. Aluciné al ver que tenían su propia una sala con tatami para practicar artes marciales. Me encantó la clase y el buen rollo que había. Había sido un acierto quedarse. La gente nos había acogido estupendamente, y nos fuimos de allí con muy buen sabor de boca. Nos despedimos de Noemí dándole las gracias por todo y partimos. Aunque nos hubiera encantado quedarnos más tiempo, era ya tarde y María tenía que trabajar al día siguiente. Personalmente, en el camino de vuelta a Amberes, sentía un gran agradecimiento por la experiencia vivida. Eso, y que no sabía muy bien de qué, pero sentía que quería más.
“Causalidades” de la vida, Noemí nos había contado que en tres días daba comienzo un evento muy potente en la propia comunidad: un retiro de una semana sobre “The Art of Encounter», oséase, El Arte del Encuentro. ¡Hala! ¿Sería posible? Aquello tenía pinta de ser algo grandioso. Pero, ¿sería yo capaz de animarme a hacer ese retiro? Me atraía mucho, al mismo tiempo que me causaba un tremendo pavor. Vamos, que estaba acojonaíco perdío. ¿Qué hacer? ¿Enfrentarme a ello, o salir huyendo, tal y como era habitual en mí? La duda me corroía por dentro. El tormento era importante. Algo dentro de mí me decía que si no lo hacía, me iba a arrepentir durante el resto de mi vida. Así que a pesar de mis miedos y dudas, vi que era la oportunidad perfecta. En el fondo era lo que andaba buscando: hacer una inmersión profunda en ese lugar tan curioso. Y la vida me lo estaba poniendo en bandeja. “¡Espabila, atontao!”, me gritaba. Así que tragué saliva y me apunté. Alea jacta est!
El arte del encuentro. La verdad es que no tenía ni idea de qué iba a ir la cosa, pero me llamaba poderosamente la atención. Pasé con nervios e incertidumbre los tres días, y para allí que me fui. Me despedí de María, le agradecí infinitamente su acogida, su ánimo y su apoyo, y tomé rumbo norte, de nuevo a Holanda. El viaje fue algo accidentando, pues me quedé encerrado en el tren en Róterdam. Retos que me estaba poniendo la vida para probar mi compromiso. Quién sabe. En fin. Tras salir airoso de aquella situación, seguí mi camino hasta Alkmaar y tomé un bus local. Por fin, llegué a Egmond y entré en la Osho Humaniversity. Allí estaba de nuevo, pero esta vez solo ante el peligro. Noemí estaba ocupada ese día y no iba a poder encontrarme con ella hasta la noche. De pronto me vi en ese lugar, solo, lejos de casa, con un muy limitado inglés (hacia muchos años que no lo practicaba), y me eché a temblar. ¿Qué iba a ser de mí? ¿Sería posible entender a la gente y hacerme entender? Fue bastante surrealista lo que vino a continuación. Recuerdo cuando estaba haciendo la inscripción en las oficinas de la comunidad. Me estaba hablando la mujer que llevaba el tema y yo no le entendía nada. ¿Pero qué demonios hago yo aquí? Era mi pensamiento recurrente en ese momento. ¿Quién me mandaría meterme en este berenjenal? ¡¿Así voy a estar durante una semana?! ¡Mamá, sácame de aquí! Menudo «encuentro»; eso sí que fue “arte». Como pude, atendí sus indicaciones, hice el pago y me fui a mis aposentos. Creo que debió notar mi semblante bobalicón, esa sonrisa estúpida que se te pone cuando no sabes si reír o llorar.
Al salir de la oficina, una griega me indicó el camino, escaleras arriba. Escuchar su inglés mediterráneo, más familiar, me tranquilizó un poco. Le di las gracias, subí al piso superior y encontré el lugar. Iba a dormir en una especie de albergue, una sala con unas cuantas camas. Como había llegado la víspera y relativamente pronto, todavía no había nadie. Estaba solo. Y con ganas de saltar por la ventana. De pronto, se abrió la puerta y alguien entró. Era una mujer con su equipaje. Comenzamos a hablar. Era belga y se llamaba Evelyne. A una mala, podía hablar con ella en francés. Al igual que yo, no vivía allí, y había venido expresamente para ese retiro. La verdad es que desde el principio me pareció muy maja, un encanto. Así que me dije a mí mismo: “bueno, quizá tampoco está esto tan mal, vamos a darle un poco de margen».
Evelyne ya conocía el lugar, había venido en otras ocasiones. Entre otras cosas, me dijo que en ese momento la sauna estaba disponible por si quería ir un rato. A mí me encanta la sauna, así que me pareció una buena idea para rebajar la tensión. Allí reconocí a algunas de las personas que había conocido y que viven allí. Gente maja y acogedora, que me dio la bienvenida y me felicitó por haberme animado con el retiro. La cosa iba bien. Ahora que lo pienso, la sauna contribuyó a relajar mi cuerpo y a hacer que las cosas fluyeran mejor. Entonces llegó Noemí y por fin sentí algo de alivio. Alguien conocido y con quien podía hablar en castellano. Le di un abrazo y le conté todo lo que me había pasado a lo largo del día y nos echamos unas risas. Lo que estaba claro es que aquello iba a ser toda una aventura. Después, cenamos tranquilamente, y algunas personas nos pusimos a jugar a juegos de mesa. Un poco de relax mientras llegaba más gente de fuera. Y con eso, nos fuimos pronto a dormir, pues al día siguiente empezaba el retiro propiamente dicho.
En líneas generales, hablar acerca de lo que viví esa semana se me hace complicado. Fueron tantas las vivencias, sensaciones, emociones… que podría rellenar libros y libros y no acabar nunca. Desde luego que tuve experiencias nuevas e inolvidables, como bañarme desnudo en una playa nevada. O sentir de manera inexplicable y al mismo tiempo reconfortante, en lo más hondo de mi ser, que verdaderamente, más allá de nacionalidades, etnias, o procedencias, la Humanidad es Una, y que su único y verdadero lenguaje es el que proviene del Corazón.
Como decía antes, todo se compartía: risas, llanto, gestión de conflictos, locura, silencio, sensualidad, danza, celebración… La pura vida. En medio de aquella vasta multiculturalidad, a pesar de la diferencia de países y culturas, éramos capaces de comunicarnos en un idioma que transcendía las palabras. Todo se compartía entre un grupo de personas tan diferentes, y a la vez tan similares. A lo largo de aquella semana, fui capaz de compartir experiencias profundas con personas nuevas en un idioma que no es el mío en perfecta comunicación. Lo cual fue fascinante. A pesar de ser forastero y novato, en aquel antiguo orfanato, junto a aquellas personas, me sentí acogido, comprendido y arropado. En verdad puedo decir que fui capaz de convivir y disfrutar con gente diversa en plena consciencia.
Entrando un poco en detalle, te contaré que las actividades realizadas fueron muchas y muy numerosas. Prácticamente, no había un momento de pausa a lo largo de todo el día. Así, desde el amanecer hasta bien entrada la noche. Fue una semana en la que lo dimos todo. El hilo conductor era el trabajo práctico de los grupos reducidos. Esto es, pequeñas familias que se formaron al inicio y que serían nuestro laboratorio donde experimentar las distintas dinámicas enfocadas principalmente al desarrollo de la comunicación asertiva. Básicamente, se trataba de tomar consciencia de cómo me comunico y me relaciono conmigo mismo, y a partir de ahí, cómo lo hago con el resto.
Normalmente, desde que tengo recuerdo, a mí me ha costado mucho recibir criticas. Aunque fueran positivas. Y del mismo modo, me ha costado mucho decir aquello que no me gustaba de los demás. De manera habitual, cuando algo me dolía, me quedaba parado, sin capacidad de respuesta. Con cara de capullo y como diciendo “todo está bien, no pasa nada». No era hasta que la olla a presión reventaba que me atrevía a hablar claro, haciéndolo de forma inconsciente y juzgando a quien tenía delante. Así pues, adentrarme en las dinámicas de este retiro fue todo un aprendizaje vital.
La asertividad la estuvimos practicando en todo momento a lo largo de la semana. Además de las dinámicas propias de los grupos reducidos, el arte del encuentro lo llevábamos a todo lo que hacíamos. Dedicábamos un para de horas al día a hacer trabajo para la comunidad. A mí me tocó bricolaje, algo que se me da fatal. Me encargaron montar unas estructuras de madera a modo de somieres para colocar colchones. Por suerte, compartí mi tarea con Margreet, una holandesa majísima que, para mi fortuna, había sido carpintera. Su paciencia y delicadeza fueron fundamentales para que lograra atinar en mi labor. No era parte del equipo de terapeutas, era una usuaria como yo. Sin embargo, a lo largo de las dos horas que pasaba con Margreet al día, pude descubrir en ella a una gran Maestra. Fue impecable a la hora de comunicarme instrucciones, motivarme y darme reconocimiento. Toda una suerte currar con ella. Bedankt, Margreet!
Y así, paso a paso, el arte del encuentro iba haciendo su magia. Descubrí técnicas de resolución de conflictos que me dejaron flipando. Técnicas que aparentemente, tenían más en común con una lucha de gladiadores en medio de un rugiente coliseo que otra cosa, pero que finalmente terminaban de forma asombrosamente amistosa. De forma impecable, todo tenía sentido, todo estaba cuidado al milímetro, y al mismo tiempo, todo fluía de maravilla.
Además de todo eso, te contaré que Humaniversity cuenta en sus sótanos con una discoteca en toda regla. Sí, tal cual. Un night club con su ambientación fluorescente, su barra de bar y su mesa de mezclas con un potente equipo de música. Como lo lees. Realmente, se puede decir que aquello es el mundo entero sintetizado en el interior de un casoplón. Por las noches, nos vestíamos con nuestras mejores galas y nos íbamos a darlo todo. Pero ojo. No de cualquier manera. En esencia, se trataba de poner en práctica todo lo que habíamos entrenado durante el día. Aquello me parecía alucinante. ¿En qué otro lugar se puede llevar a la práctica in situ algo vivenciado previamente en un entorno terapéutico? Increíble. Bailando en aquel garito, en medio de aquel diverso grupo de personas, a veces me entraba la risa. Me reía recordando mis años discotequeros de juventud. ¡Cuánto había cambiado la película! Ahora ya no necesitaba alcohol ni otras sustancias para desinhibirme. Ya no necesitaba una máscara tras la que ocultarme. Podía mostrarme tal cual soy. Y eso no tiene precio.
Como digo, fueron tantas las vivencias que podría estar días y días hablando de ellas. Sin embargo, siento que está bien dejarlo aquí. Ya sabes, lo que pasa en Australia, se queda en Australia. ¿O era en Las Vegas? Lo que sí te puedo decir con toda seguridad es que fue un viaje inolvidable. Fue un viaje que me abrió puertas y ventanas, y cambió mi manera de ver la vida y de relacionarme con ella. Eso puedes tenerlo claro. Así que, si tienes curiosidad, si sientes el impulso que yo sentí, simplemente te diré lo siguiente: ¡Adelante, valiente, Holanda te espera!
Por cierto, en el caso en que no te puedas desplazar hasta allí, tienes otra posibilidad de experimentar algo de lo que es Humaniversity. Esto es, a través de la meditación AUM. Como he dicho antes, se trata de la meditación estrella de la comunidad. No me voy a enrollar explicándola, así que, si tienes curiosidad, te dejo el enlace a la web de Noemí:
Y hasta aquí mi resumida experiencia en este peculiar lugar. Como puedes imaginar, no puedo terminar sin antes expresar mi tremendo agradecido por la experiencia vivida. Así que, como decía al principio, quiero daros las gracias, Maria y Noemí. Está claro que sin vosotras no hubiera sido posible. Así pues, os deseo lo mejor. Os lo merecéis.
Van harte bedankt, María en Noemí.
Van harte bedank, Osho Humaniverstiy.
Van harte bedank, Veeresh.
Siempre estaréis en mi corazón.
Por lo demás, ya sólo me queda decirte que si alguna vez tienes dudas y no ves las cosas claras, recuerda que…
THE ANSWER IS ALWAYS LOVE.