• Autor de la entrada:
En este momento estás viendo ¿Cómo te sientes?

Es la pregunta del millón; la llave que abre el cofre del tesoro; la piedra Rosetta que desvela los enigmas escondidos.

Si alguien me lo pregunta, me está haciendo un gran regalo. Me está dando la oportunidad de que mire en mi interior, incluso de que me conecte con mi cuerpo. ¿En serio? No sé si en ese momento seré capaz de hacerlo. Pero al menos, si me hacen esa pregunta, me ofrecen el espacio para ello. Yo decido si soy capaz de hacerlo, yo decido si me atrevo a mirar en mi interior, si me doy la oportunidad de conectar con mi cuerpo y si me atrevo a sentir la emoción que sobreviene en el momento. Así que, de entrada, agradezco la pregunta.

¿Cómo te sientes?

Antes que nada, antes de dar un paso o de iniciar una acción, lo primero que trato es ver cómo me siento. Porque si no sé cómo me siento, difícilmente podré elegir desde mi centro. Y si no elijo desde mi centro, desde mi Ser, seré poco menos que un pollo sin cabeza. Seré un autómata, corriendo hacia ningún lugar sin tener ni idea de qué hacer. Si no elijo desde mi centro, desde mi Ser, soy fácilmente manipulable. En efecto, si no elijo desde mi Ser, estoy a merced de lo que opine cualquiera. ¡Cualquiera! Y llegados a este punto, cabe preguntarse desde qué lugar opina la persona que tenemos delante, ¿no crees? ¿Y si lo hace desde sus propios miedos e inseguridades? ¿Y si ha sido manipulada?

Así pues, antes de tomar una decisión, lo primero es respirar y conectar con mi cuerpo. ¿Cómo estoy? ¿Qué me sucede? ¿Estoy en paz, o hay algo que me perturba? ¿Estoy tranquilo o siento nervios, tensión, miedo, vergüenza? Desde ahí, desde ese parar y preguntarme, podré conversar con mi interior, y así sabré con claridad cómo me siento. Y desde ahí, sabré que el siguiente paso que dé, será el acertado, porque lo habré elegido desde lo más profundo de mi Ser. ¿Hay algo más grandioso que esto?

Descubrir esto me llevó tiempo. No vino de repente. Fue un proceso largo, en el que muchas veces estuve a punto de tirar la toalla. Incluso a día de hoy, no siempre soy capaz de elegir desde mi sentir. A veces, decido de manera precipitada y elijo desde el miedo. Soy humano, como todo el mundo. Por eso trato de ser consciente y de meditar mis elecciones. Ahí vamos.

Como sabes, estudié psicología en la UNED. Entré en la facultad con gran motivación, dispuesto a desentrañar los misterios de la conducta y el pensamiento. Lo necesitaba. Daba por hecho, iluso de mí, que aquello me daría la felicidad absoluta. Me frotaba las manos pensando en que ya nunca más volvería a sufrir. ¡Preparaos, pensamientos oscuros! ¡Allá voy! Los años pasaban y yo empollaba con diligencia las distintas asignaturas, viendo cómo mis conocimientos se ampliaban a medida que superaba los cursos. Elegí la rama clínica y paladeé con suma curiosidad los manuales de psiquiatría. También, por supuesto, me empleé a fondo con aquellos tochos sobre terapia cognitivo-conductual. Según decían, ésta era la única corriente psicoterapéutica que contaba con aval científico. Todo bien. La UNED ofrecía una psicología eminentemente científica y yo confiaba plenamente en la ciencia, así que seguía el camino trazado. ¿Todo bien?

Ni de coña. En mi interior me sentía igual de perdido que cuando empecé la carrera. Sentía que mi mundo interior seguía siendo un lugar inexplorado. Un lugar lleno de dolor y telarañas. Muy a mi pesar, la psiquiatría y la terapia cognitivo-conductual no me habían dado las respuestas que yo necesitaba. No habían alumbrado esa oscuridad, eso que yo tanto necesitaba. Estaba a punto de licenciarme y me sentía igual que en la casilla de salida. ¡Ey! ¿Qué está pasando aquí? ¿Y mi felicidad absoluta? ¡Quiero el libro de reclamaciones!

En el último curso, quinto, teníamos que hacer las correspondientes prácticas laborales. Era el último escollo antes de obtener el ansiado diploma. Las prácticas se hacían en distintos lugares y nos dieron la posibilidad de elegir entre varios: centros de drogodependencias, de salud mental, infantojuveniles… Yo no tenía ni idea de cuál elegir. Luis Arbea, gran filósofo y poeta, y profe de psicología, nos había reunido a cuantas personas estábamos en la misma situación. Nos explicó cómo iba aquello y a continuación pasó a ofrecernos las distintas opciones. Yo le escuchaba hecho un mar de dudas. Mientras, la gente iba eligiendo y las plazas se iban completando. ¿Qué demonios hago? ¿Cuál elijo? La última opción de todas tenía que ver con un amigo suyo, un tal Iosu Cabodevilla y su labor en una unidad de cuidados paliativos. Me despertó curiosidad y elegí esta opción. Sin darle más vueltas. Que fuera lo que tuviera que ser.

Me dieron el contacto de Iosu y le llamé al curro. Concertamos una primera cita para conocernos. Iosu trabajaba en la unidad de cuidados paliativos del Hospital San Juan de Dios, situado a las afueras de Pamplona. Es un centro privado de utilización pública, dirigido por la congregación de los Hermanos de San Juan de Dios e integrado en el Servicio Navarro de Salud. En efecto, es un hospital especializado precisamente en tratar a personas en el final de la vida. Con todo lo que eso conlleva. A mí, el tema de los cuidados paliativos y la muerte me generaba incertidumbre. No sabía si iba a ser capaz de sobrellevarlo. Al teléfono, Iosu se había mostrado cordial y dispuesto a mostrarme el camino, así que continué por ahí. “Si es amigo de Luis Arbea, no puede ser mal tipo», me consolé pensando. Bueno, a una mala, me quedaba la posibilidad de dejarlo y elegir otro centro para hacer las prácticas.

Así empezó mi periplo como psicólogo; éste fue mi primer contacto con la realidad de esta profesión. Y se trataba de todo un desafío. Ya no había libros que estudiar sino personas con las que tratar. Personas con problemas reales. En este caso concreto, se trataba de personas que estaban próximas al final de sus vidas. Lo cual asustaba pero al mismo tiempo atraía. Era una oportunidad parar probar si de verdad esto era lo mío. Tal vez, el estar con personas con problemas reales, me podía venir bien para que yo me olvidara de los míos.

La muerte es un tema potente, sin duda. El gran tránsito. El paso a otra realidad. Algo que en otras culturas se celebra y venera, y que en la nuestra, ha ido adquiriendo connotaciones oscuras. Se ha convertido en uno de los grandes tabúes de nuestra sociedad. Por eso fue un gran aprendizaje todo lo que viví a lo largo de aquellos meses, de la mano de Iosu y gracias a nuestros pacientes-usuarios. Entre otras cosas, allí aprendí que la muerte puede ser un nuevo amanecer. Efectivamente, descubrí el ínclito trabajo de la doctora Elizabeth Kübler-Ross, la gran Maestra en tanatología. En ese sentido, se me revelaron las distintas fases del duelo, es decir, el proceso por el cual pasamos las personas cada vez que la vida se lleva algo o alguien importante. También descubrí la gran labor multidisciplinar que realiza un equipo de cuidados paliativos. Diferentes gremios y profesionales que lo daban todo por el bienestar de sus pacientes. De sus pacientes y sus familias, claro. Porque cuando una persona se está yendo, esto afecta a toda una constelación de personas allegadas. Todas esas personas que en esencia eran la razón de ser de dicho equipo de cuidados paliativos y en el que tuve el privilegio de participar.

Tomé consciencia del aspecto espiritual de la muerte, y de cómo una persona que se acerca al final de su vida está viviendo una experiencia muy profunda. Una persona que se acerca al final de su vida está viviendo una situación que le confronta plenamente con sus creencias y pensamientos. En mi opinión, esto le confiere un estatus sagrado y le hace merecer el mayor de los respetos.

Cada día, Iosu y yo hacíamos la ronda, habitación por habitación. Para ver cómo les iba a nuestros pacientes. Aquellas personas agradecían enormemente que alguien les escuchara y atendiera. Cada gremio tiene su labor, está claro, y todas las profesiones son necesarias. En lo que a mí respectaba, nuestro cometido era principalmente el de escuchar. Allí descubrí la importancia de la escucha activa. A veces era cuestión simplemente de estar ahí, escuchando en presencia. Atendiendo las últimas necesidades de aquellas personas, tratando de aportar algo de calidez en el proceso del tránsito y tratando de crear un espacio seguro. Allí fui testigo de algo mágico, como es estar delante del Ser humano en su completa totalidad. Sin trampa ni cartón. Tuve el privilegio de acompañar a personas abriéndose en canal, emocionándose, derrumbándose, expresando su amor por sus seres queridos, mostrando su miedo e incertidumbre ante lo que sea que haya después de la vida, o a veces en cambio exhibiendo una paz y una serenidad asombrosas. Todo aquello me pareció fascinante, ¡la vida en estado puro! y me sentí bendecido por tener la oportunidad de vivirlo. Y por supuesto, descubrí la maestría de Iosu, su empatía y su acompañamiento. Descubrí su dominio de tan admirable labor, la cual hacía sin grandes alardes ni parafernalia. Iosu se mostraba ante aquellas personas como alguien cercano y de trato sencillo, alguien con quien compartir. Fui testigo de lo fácil que hacía algo que a mí me parecía un auténtico arte.

En ese sentido, comprobé de manera excepcional cómo aplicaba la terapia gestalt. Me impactó de tal manera que después de mi experiencia en los cuidados paliativos, decidí seguir aprendiendo con él. En el centro Sendabide de Pamplona, Iosu y Marisa Aristu ofrecen una formación en terapia gestalt. ¿Cómo? ¿De qué va esto? No temas, te hago un pequeño resumen. Gestalt es un vocablo alemán que se puede traducir como configuración o forma. Tras este concepto hay toda una corriente psicológica que viene a decir que, al igual que sucede con las típicas imágenes que provocan ilusiones ópticas, la mente lleva a cabo su propia configuración de los elementos que le llegan a través de sensaciones, pensamientos, recuerdos… Es decir, que la importancia no radica tanto en lo que percibimos sino en cómo lo percibimos. En esencia, esta corriente explora cómo la mente lleva a cabo esa configuración particular, en donde «el todo es más que la suma de las partes”. No me extenderé aquí en conceptos básicos, sino que simplemente añadiré que al respecto se llevaron a cabo gran variedad de experimentos, principalmente en la Alemania de las primeras décadas del siglo XX.

Las aplicaciones terapéuticas de esta corriente tuvieron su origen en los Estados Unidos en 1942 a raíz del trabajo de Laura y Fritz Perls, una pareja de terapeutas de origen alemán. Siguiendo los principios comentados, el propósito de esta terapia se basa en enfatizar la responsabilidad personal y en enfocarse en el momento presente. Efectivamente, la vida es lo que está pasando aquí y ahora. Así pues, surgió como alternativa a la corriente psicoanalítica y a las terapias conductuales, y dentro de lo que se conoce como la tercera corriente de la psicoterapia, esto es, la humanista. En ese sentido, sostiene que el individuo es un organismo total en su relación con su ambiente, y por lo tanto, indivisible. Para ello, se atiende especialmente a la conexión con el cuerpo y las emociones. Al respecto, se puede decir que, más allá de descubrir y tratar psicopatologías, pretende desarrollar el potencial del ser humano. Por ello también se le considera como una psicología existencial.

Dicho esto, retomo mi experiencia personal. La formación en la que me había apuntado tenía una duración inicial de dos años, es decir, dos cursos lectivos. La periodicidad de los encuentros era semanal, concretamente los martes a la tarde. Recuerdo mi primer día allí. En realidad era el segundo día del grupo. Lo cierto es que yo había faltado al primer día, no recuerdo muy bien por qué razón. El pensar que ya se habían conocido y yo me lo había perdido me generaba cierta ansiedad. Pese a ello, confié. Allí, junto a Marisa y a Iosu, había un grupo formado por seis mujeres y dos hombres. Así que yo era el noveno miembro de la expedición. Como el nuevo que era, me presenté ante aquellas personas, las cuales me escucharon con atención. Y sin más dilación, comenzamos con la formación.

¿En qué consistía? Era una experiencia principalmente viviencial. Básicamente, aquello era como juntarnos a hacer terapia. Juntarnos para lavar nuestros trapos sucios, por decirlo de alguna manera. Allí no había exámenes que aprobar, ni tampoco tochazos que empollar. Al igual que en mi experiencia en cuidados paliativos, allí había personas reales, con sus anhelos, deseos y necesidades, y por supuesto, con sus heridas y traumas. Como yo. La diferencia con respecto a las prácticas estaba en que esta vez, yo ya no era el profesional, sino que era el paciente; un usuario más. Y eso daba respeto. Mucho. ¿Estaría dispuesto a ello? ¿Sería capaz de atreverme a bucear en mi interior?

A medida que pasaban las semanas, el grupo se iba cohesionando. Las relaciones se iban afianzando y los miembros integrantes nos íbamos poco a poco abriendo. La cerveza que nos echábamos después de la sesión ayudaba bastante, hay que decirlo. Se convirtió en algo tan revelador que empecé a desear que llegara el martes para asistir al grupo. El primer año, una vez sentadas las bases de la gestalt, nos centramos en la terapia grupal. Una vez que adquirimos cierto rodaje, pasamos por turnos a dirigir el grupo de manera individual. Es decir, como formación teórico-práctica que era, también tuvimos la oportunidad de guiar y conducir el grupo en el rol de terapeuta. Recuerdo la primera vez que lo hice, lo nervioso que estaba… ¡Hasta me temblaban las piernas! Aún y todo, me encantó. A lo largo del segundo año, seguimos profundizando y practicamos distintas técnicas gestálticas, como la silla vacía, el juego de proyecciones, la escritura libre… y  nos centramos en la terapia individual. Además del aspecto práctico, también hubo tiempo para conocer el trabajo de diversos autores, como Carl Rogers, Rollo May, Irvin Yalom… En general puedo decir que fue una gran aventura, en un espacio de escucha libre de juicio, donde podíamos desnudar nuestras emociones y expresar nuestros conflictos en un ambiente empático. Éramos una familla, y de hecho, sigo teniendo contacto con mis compis de promoción. Nos juntamos de vez en cuando y brindamos recordando aquellos momentos tan mágicos y especiales.

Aquello me resultó tan estimulante que decidí seguir profundizando. La gestalt era un mundo apasionante y quería continuar explorándolo. Me habían hablado muy bien del donostiarra Centro de Psicoterapia Humanista Bidean. De hecho, ambos centros, éste y Sendabide, tienen una relación muy estrecha. Así que me animé a hacer un año más de formación. El CPH Bidean, centro de referencia fundado en 1988 por el doctor Patxi Sansisenea, ofrece una gran variedad de cursos y formaciones. Mi paso por allí fue una experiencia potente, una continuación a lo grande de lo vivido en Sendabide. En esta ocasión nos juntábamos los fines de semana, uno al mes, y de forma intensiva. Además, se trataba de un grupo mayor, unas veinte personas, con todo lo que eso conlleva. También tuvimos la oportunidad de aprender de un variado equipo de profes y sus distintas maneras de hacer terapia. Incluso el hecho de hacerlo fuera de Pamplona, supuso salir de mi zona de confort, lo cual me vino muy bien. Relacionarme con gente tan variada me enseñó mucho. Tomé consciencia de que la vida no es sino un juego de espejos en el que cada persona que se cruza en mi camino me refleja algo de mí mismo. Fue grandioso, ¡todo un aprendizaje! Recuerdo mis numerosos viajes de ida y vuelta en coche, en los que tomaba consciencia de lo afortunado que era por darme la oportunidad de vivir algo así. Guardo buen recuerdo de aquella experiencia y estoy muy agradecido por ello.

Sendabide se puede traducir del euskera como “El camino de la sanación». Bidean, por su parte, significa “En camino». Creo que no se podían haber elegido mejor los nombres de estos dos centros. Sin lugar a dudas, mi experiencia a través de ellos ha sido la de encaminarme hacia mi propia sanación. Y eso es impagable. Por eso, desde aquí mi agradecimiento a Marisa y a Iosu, por ser el alma de Sendabide, y a Marta A, Marta E, Amaia, Iosu… Gracias por acompañarme en tal fabulosa aventura. También quiero dar las gracias a mis compis de formación en el CPH Bidean, y a su genial equipo: Patxi, Irema, Valquiria, Amaia, Belén, Gloria, Manuel Ramos… Aprovecho también para, desde aquí, tener un recuerdo especial para a Aitor. Descanse en Paz.

Sin lugar a dudas, fueron tres años grandiosos los que viví entregado en cuerpo y alma a la terapia gestalt. Fue un punto de inflexión descubrir que había un mundo más allá de las apariencias, en el que podía profundizar y expresarme sin miedo a ser juzgado. Un mundo donde pude empezar a tomar consciencia de las configuraciones que mi mente hacía, y por encima de todo, donde pude comenzar a sentir mi cuerpo y a dar espacio a mis emociones. Como digo, aquello significó el inicio de mi sanación. Tal cual.

Es curioso. A veces se cuestiona a la gestalt, se le acusa de no ser científica, incluso hay voces que la consideran como una secta. Cuando escucho esto, me río para mis adentros. Y me congratula el haber confiado en mi intuición. Como dijo Fritz Perls:

Yo soy Yo.
Tú eres Tú.
Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas.
Tú no estás en este mundo para cumplir las mías.
Tú eres Tú.
Yo soy Yo.
Si en algún momento o en algún punto nos encontramos
será maravilloso.
Si no, no puede remediarse.
Falto de amor a Mí
cuando en el intento de complacerte me traiciono.
Falto de amor a Ti
cuando intento que seas como yo quiero,
en vez de aceptarte como realmente eres.
Tú eres Tú y Yo soy Yo.

¿Qué te parece? ¿Lo conocías? ¿Estás de acuerdo? Tras leer esto, se me ocurre que, tal vez, si asumiéramos la total responsabilidad de nuestras acciones, sentimientos y pensamientos, sin tratar de cumplir expectativas, ni autotraicionarnos para intentar complacer, ni tratar de que el otro sea como yo quiero, tal vez en ese caso, el mundo sería un lugar diferente. Quién sabe. A mí me parece que habría menos sufrimiento.

Por lo demás, y ya para terminar, lanzo dos preguntas: ¿Qué mundo nos espera si no somos capaces de permitirnos sentir? ¿Qué mundo nos espera si no somos capaces de hacernos la pregunta del millón? Por mi parte, seguiré dando las gracias a todas aquellas personas que son capaces de preguntar “cómo te sientes» a quien tienen delante.

Sigamos sintiendo y creando espacios de escucha.

Hemen eta orain, Gora Gestalt! Mila esker, nire bihotz barrenetik.

¿QUIERES RECIBIR UN CORREO CUANDO PUBLIQUE UN ARTÍCULO NUEVO?

¡No hacemos spam! Lee nuestra política de privacidad para obtener más información.

Esta entrada tiene 2 comentarios

  1. María

    Me encanta leerte, Sergio. Escribes desde tu propia experiencia personal con gran sencillez, transmitiendo humildad, cercanía y autenticidad. Lo haces con un ritmo ligero y entretenido, casi lúdico a la vez que desarrollas una labor divulgativa sobre temas ‘alternativos’ muy interesantes, que para muchos de nosotros son totalmente desconocidos. Gracias por recordarnos hoy la importancia de crear espacios de escucha activa, de ahondar en nuestro sentir, de mirar en nuestro interior antes de tomar una decisión y de asumir nuestra propia responsabilidad sobre nuestros sentimientos, pensamientos, actitudes y acciones. Mil gracias por todo lo que nos estás compartiendo, Sergio Asensio.

    1. Sergio

      Muchas gracias por tus palabras, María. Las recibo con honor y agradecimiento. Tus palabras me animan a seguir compartiendo y expresando, así que muchas gracias por tu ánimo y tu apoyo constantes. ¡Qué suerte tengo de haberte conocido!

Deja una respuesta