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En este momento estás viendo Valhalla

¿Por casualidad has visto Apocalypse now? En caso afirmativo, recordarás la secuencia del ataque aéreo. En ella, y cual séptimo de caballería a la carga contra los pieles rojas, los helicópteros del Tío Sam masacran a la población vietnamita con total impunidad. Estamos en la década de los 60 del siglo XX. Han pasado unas cuantas décadas desde la masacre de Wounded Knee y muchas cosas han cambiado, pero la esencia es la misma: el imperio de las barras y estrellas no se detiene ante nadie. Por eso hay que emplearse a fondo y no dejar títere con cabeza en el asalto. Esta vez, en el sureste asiático. Que se entere Charlie de lo que vale un peine. Basta de tonterías, aquí hemos venido a lo que hemos venido. Y de qué manera. En la escena de la que hablamos, todo salta por los aires. Todo explota y arde; todo es reducido a humo y cenizas. Verdaderamente es un holocausto en plena selva tropical.

Si me gusta algo de esta película, es que continuamente nos muestra el horror. ¿Perdón? Sí, soy un poco sádico, lo sé. ¿Qué le vamos a hacer? Pero ojo, no se centra en la sangre y las vísceras. No es algo gore, no va por ahí. Aquí, el horror se muestra de muy diferentes maneras, y a veces las cosas no son lo que parecen. Porque viéndola, cabe hacerse algunas preguntas, como por ejemplo: ¿quiénes son los buenos y quiénes los malos? ¿O cuáles son las motivaciones reales de sus protagonistas? Y si profundizamos un poco más: ¿qué habita en el interior del ser humano? ¿Qué hay en su corazón?, ¿oscuridad o luz? Sin duda, Coppola hizo un gran homenaje a Joseph Conrad y su Heart of darkness. ¡Bravo, Francis! Pero hoy no es día para hablar de Conrad. Lo haremos más adelante. Todo a su debido tiempo. De momento, vamos a hablar de la secuencia con la que se inicia este post. Recordemos. El ejército yanqui bombardea y dispara sin piedad a los poblados de la jungla. La gente local huye despavorida mientras los hijos del sueño americano lo dan todo. Y lo hacen con una motivación extra en sus oídos. En efecto, para animar a la tropa, los oficiales hacen sonar a todo volumen La cabalgata de las valkirias desde el interior de los helicópteros de combate. Helicópteros que, por cierto, en realidad eran propiedad del ejército filipino. Tiene guasa la cosa. Sea como fuere, todo ello configura una de las secuencias más reconocidas de la historia del cine. Se trata de una gestalt inolvidable, en donde, y por supuesto, el todo es más que la suma de las partes. Podría decirse que la confluencia de factores hace que se logre alcanzar un culmen audiovisual. Es lo que tiene la magia del cine, y lo que sucede cuando unes el genio de Wagner, Conrad y Coppola. Historia con mayúsculas del séptimo arte.

Esto… ¿Ponemos la escena? Es lo suyo, ¿no? Creo que nos va a ayudar, tanto a ti como a mí. No hay prisa, te espero pacientemente en mi sillón reclinable. Ah, decirte que no la he encontrado en un solo enlace. Por eso te dejo dos. Y lamento que no esté en castellano, pero me parece mejor en versión original. Considero de gran importancia ver la escena al completo. Esto es, desde el toque de corneta que anuncia el despegue, hasta el humo de bengala que anuncia el aterrizaje. Hasta dentro de un ratito:

Bueno, ¿qué tal ha ido la cosa? ¿Qué te parece?  Ah, ¿que no es para tanto? Bueno, tal vez es mejor que veas la película entera. Y sobre todo, que la oigas. De principio a fin. En cualquier caso, has escuchado la música necesaria para leer este post. Así que te doy las gracias por ello. Well done! well done!

Vamos allá. La cabalgata de las valkirias (Walkürenritt) es un célebre tema de sobra conocido que pertenece a una ópera de Richard Wagner. Huelga decir que es una de las piezas más conocidas de este compositor, ¿verdad? Wikipedia me chiva que la ópera a la que pertenece se llama La valquiria y forma parte de la tetralogía El anillo del nibelungo. Gollum lo sabe bien. También, me chiva que la pieza original fue escrita en 1851 y que dura ocho minutos, a lo largo de los cuales se representa a las valquirias transportando al Valhala a héroes y heroínas que han caído en combate. Pero antes de entrar en la mitología, te contaré algo curioso. Y es que, ¿sabías que La cabalgata de las valquirias fue en 2008 elegida por la Royal Society of driving como la música más peligrosa para conducir? Tal cual. Efectivamente, este prestigioso club de conductores elaboró un listado con las melodías que generan más riesgo al escucharlas en la carretera. Esto es, una lista con canciones o piezas musicales que incitan a hacer locuras al volante. Pues en esa elección, “la cabalgata» arrasó por goleada. Desde luego, es una pieza que te acelera el pulso y con la que liberas adrenalina. Y es que éste era el propósito de Wagner: hacerte sentir como si estuvieras combatiendo hasta morir, sabiendo que las valkirias vienen para llevarte al Valhala. La verdad es que experimentas tal subidón cuando la oyes, que si vas en el coche te dan ganas de pisar el acelerador hasta casi tumbar la aguja del velocímetro. ¡Si es que hasta dan ganas de invadir Polonia! ¡Ups!

Bueno, que me desvío del tema. Mejor vamos a seguir. No sin antes desearte que tengas cuidado al volante, que no corras y que mejor vayas escuchando mantras que llamen a la paz y al sosiego. Ooooooommmmmm… Soy amor, soy luz, soy paz… Namaste. En este momento invocamos a Ganesha para que nos ayude a superar la adversidad. Recitar su mantra nos va a venir de perlas: Om gan gane pataye namaha... Om gan gane pataye namaha... Om gan gane pataye namaha

Todo está conectado. De oriente a occidente. Y tiro porque me lleva la corriente.

¿Eres fan de la serie Vikingos? La famosa superproducción que narra las peripecias y aventuras de Ragnar Lothbrok y su familia por lograr su principal objetivo: alcanzar el Valhala. Ahora sí: ¿qué diantre es el Valhala? En nórdico antiguo significa literalmente «Salón de los caídos», y es el lugar reservado para quien haya demostrado su valía en el combate a lo largo de su vida terrenal. Efectivamente, las puertas del Valhala se abren exclusivamente para quien ha mostrado arrojo y coraje sin temor. Es una recompensa que hay que ganarse a pulso, a base de alzar el hacha y cortar las cabezas enemigas. De tal forma que, una vez mueras, las valkirias valoren positivamente tu actuación en vida. Si consideran que has guerreado con ardor, te tomarán y transportarán hasta sus enormes puertas, las cuales se abrirán para ti. Entonces, podrás atravesarlas y pasar por fin al Gran banquete. Así es, Valhala consiste en un ágape eterno, infinito. Se trata de una fiesta constante, en donde Odín te ofrece los mejores manjares, las más sublimes ambrosías, los néctares más exquisitos… Es tu recompensa para que disfrutes de los más grandes placeres mientras te preparas para la batalla del fin del mundo: el Ragnarok.

¿Qué te parece esta mitología? A mí me resulta curiosa. Personalmente, me llama la atención que sea considerada culto pagano, y por tanto, contrario a la verdad revelada en la Biblia. En el fondo veo grandes parecidos entre esta historia y la que cuenta el antiguo testamento. Con sus diferencias de personajes y lugares, se trata en ambos casos de relatos épicos de lucha, guerra y derramamiento de sangre. Incluso la idea de una lucha final es compartida. Así pues, en este punto, me pregunto si la cultura nórdica antigua ofrece una cosmovisión de la vida tan diferente de la que ofrece la cultura judeocristiana. ¿O quizás no tanto? En mi opinión, el asunto en cuestión reside en que una cultura dominante impone su mitología a otra dominada, y por lo tanto, una cosmovisión de la realidad pasa a imponerse como verdad absoluta o dogma incuestionable. Para mí, resulta evidente que es tan sólo por una cuestión de imperialismo cultural (en este caso, el romano), que llevamos en Occidente casi 2000 años rezándole y pidiéndole cosas a Yahvé, en lugar de hacerlo con Odín… o con Freya. De hecho, es posible que la Historia de Europa (y por tanto, la mundial) fuera muy diferente si Ragnar Loghtbrok hubiera tomado Paris cuando fue sitiada en el año 845. Sería interesante observar una distopía (o utopía, quién sabe) en la que el imperio carolingio pasa a manos vikingas y el cristianismo deja de ser la religión oficial. Quizás hoy el mundo sería otro. ¿Mejor? ¿Peor? Diferente, sin lugar a dudas.

Sea como fuere, lo que está claro es que en la cultura vikinga no había lugar para el miedo o la debilidad. Y sí para la lucha armada. En efecto, en la Dinamarca de hace 1500 años, se tomaron muy en serio lo de guerrear y ganarse un hueco en el Gran banquete. Por eso se lanzaron a conquistar y colonizar las tierras aledañas. Así pues, salieron de su Jutlandia natal para expandirse por toda Europa a lo largo de los siglos siguientes, como bien sabemos. Primero lo hicieron por Escandinavia, y más adelante, por Inglaterra, Francia, Rusia… Infundieron el terror durante casi mil años y su legado perdura hoy día. Entre sus múltiples correrías, podemos contar que además de estar a punto de arrebatarle París al nieto de Carlomagno, secuestraron a un rey de Navarra remontando el Ebro, saquearon Sicilia, Al-Ándalus y el norte de África, ¡e incluso cruzaron el charco mucho antes que Cristóbal Colón! Increíble.

Bueno, cierro esta puerta. No quiero entrar en temas históricos, no soy experto. Tienes  mucha información disponible al respecto si te interesa. Tampoco es mi labor valorar hechos pasados. Por eso, seguiré con mi propio “relato vikingo». A ver si lo consigo. De momento, vuelvo con Richard Wagner y su cabalgata de las valkirias.

Recordemos. Estamos en el momento en el que has muerto luchando y ves a las valkirias surcando el cielo. Tiene que ser alucinante. Por ponerlas en contexto, en la ópera en cuestión, aparecen nueve y sus nombres son: Brunilda, Gerilda, Helmiwge, Waltraute, Ortlinde,  Siegrune, Rossweisse, Grimgerde y Schwertleite. Nueve nombres mitológicos que personalmente desconocía. Ahí llegan las nueve, ¡batiendo sus alas! Wagner, a través de su música, nos muestra cómo es ese mágico momento en el que llevan a cabo su labor. Desea contarnos la manera en que transportan las almas al Valhala, guiando a los espíritus de quienes han dado su vida combatiendo. En efecto, las valkirias son deidades aladas de aspecto femenino, que tienen el importante papel de llevarte al Paraíso. Y sólo lo harán si te lo mereces. Si te lo ganas a pulso. Las valkirias te motivan para que lo des todo en el campo de batalla. Para que continúes adelante a pesar del miedo y del cansancio. Para que sigas con tu cometido y te emplees a fondo. Por ahí. Aunque muchas veces te den ganas de tirar la toalla, la valquiria es un ser que te empujará para que no desistas de tu propósito y continúes hacia tu Destino. Buah, qué fuerte. Me tiemblan las manos al escribir esto.

¿Y eso? En este momento, y para tratar de hacerme entender, primero tengo que ponerte en contexto. Es importante para mí. Espero lo entiendas.

Vamos a retroceder en el tiempo. Concretamente, hasta el año 2015. Es decir, hace nueve años. En ese preciso momento, acababa de regresar a casa tras vivir dos años en Camerún. ¿Y? Pues que había vivido la experiencia más grandiosa que la vida me podía ofrecer. ¿Y? Bueno, digamos que… ahí residía el verdadero problema. ¿Cómo? ¿Has dicho “verdadero problema»?

Voy a meterme en un charco ahora. Y a la vez, voy a tratar de hilar fino. A ver si lo consigo.

Alguna vez he leído algo que me ha resultado interesante. Vaya por delante que está al alcance de todo el mundo. Se trata de artículos que hablan acerca del devenir de los astronautas que pisaron la Luna. Repito esto último. El devenir de los astronautas que pisaron la Luna. En ellos, se escribe sobre la vida que llevaron estas personas después de regresar a casa. Con algo de sensacionalismo, es verdad, se desvela que el gran reto para estas personas no fue ir a nuestro satélite en misión espacial. Eso fue lo de menos. La verdadera dificultad fue regresar a la Tierra. Y no se refieren al viaje de vuelta. Sino a la vida que tuvieron que afrontar después. ¿Qué? Sí, tal cual. Como digo, está documentado. Es sabido que algunos de estos hombres, con el paso de los años, cayeron en depresión, se divorciaron o incluso se volvieron alcohólicos.

¿Es lo que tiene ser un lunático?

Obviamente, no he ido a la Luna. Tampoco soy astronauta ni piloto, y reconozco que me da miedo volar. Por eso estoy lejos de experimentar algo similar a lo que vivieron estas personas. No obstante, de algún modo, una parte de mí les entiende.  Perfectamente. Una parte de mí entiende que cuando vives una experiencia muy profunda, la vida ya no vuelve a ser la misma. Por mucho que se quiera, ya no hay vuelta atrás, y eso es algo que a veces cuesta asumir. Como en el caso de esos cosmonautas, a veces cuesta asumir que has vuelto a casa. Por sorprendente que parezca. No sé si te ha pasado alguna vez. En caso afirmativo, entenderás lo que cuento a continuación. En caso negativo, te animo a que continúes leyendo sin juicio alguno. A ver qué pasa.

Como decía, en 2015 volvía a casa tras haber vivido dos años en Camerún. El primero de ellos, lo pasé trabajando con pacientes de VIH-SIDA en el centro de salud de Bikop, una pequeña aldea del sur del país. El segundo, gestionando un proyecto educativo de ayuda al pueblo baka (comúnmente llamado pigmeo), también en el sur. En ambos casos, y puesto que dichas latitudes están muy cerca del ecuador terrestre, viví en plena selva tropical. No me voy a extender aquí hablando acerca de mi vida en África. No es el momento. Lo hago para explicar un poco mi situación al volver a casa. Por decirlo de alguna manera, había regresado a la Tierra tras haber estado un tiempo paseando por mi particular Luna. Allí, había conocido lugares increíbles y gente excepcional. Había vivido experiencias únicas e irrepetibles. Había… Buf… Lo dejo, lo dejo aquí.

¿En ese momento lo sabía? Era el 20 de mayo de 2015 y estaba poniendo el punto a mi aventura africana. Estaba volando de Yaundé a Bruselas, contento por regresar a casa. Y no, no lo sabía. Claro que no. Ignoraba completamente lo que a lo largo de los próximos meses iba a experimentar. Sin yo saberlo, me traje conmigo una terrible enfermedad: el mal de África. Puede que la conozcas y que también la hayas experimentado. Si es así, te doy las gracias. Significa mucho para mí. Si no la conoces, bueno, con este nombre llaman a esa serie de síntomas y signos que sufre quien ha vivido en el continente negro y regresa a casa. Es algo difícil de explicar. El asunto en cuestión es que yo no sabia nada de eso en el momento en el que el avión aterrizaba en suelo europeo. Me las prometía muy feliz, pensando que volvía a la civilización. Pensando que a partir de ese momento, todo iría sobre ruedas. Qué iluso.

No lo sabia en ese momento. Ahora lo sé: cuando África te pica, se queda dentro de ti para siempre. No hay remedio para esta enfermedad. Sé que suena a topicazo de revista de viajes, pero es así. Tendrás que aprender a convivir con ello el resto de tu vida. Forever and ever.

Así pues, conforme fueron pasando las semanas, tiempo después del subidón inicial del regreso, comencé a experimentarlo. Fue algo progresivo; empezó lentamente, sin hacer mucho ruido. Al principio eran preguntas. Preguntas para las que, por mucho que buscaba, no tenía respuesta: ¿Qué me está pasando? ¿Por qué me siento tan extraño? Vamos a ver, si  he vuelto a casa, sano y salvo, ¿qué problema hay? Debería sentirme pleno, ¿no? ¡Joder, que he sobrevivido a la selva! ¿Estoy tonto o qué? Para cuando me quise dar cuenta, una profunda alienación se había apoderado de mí. De tal forma, que llegó un punto en el que me sentía totalmente desorientado, desubicado e incluso desarraigado. Deambulaba por las calles de Pamplona sin saber hacia dónde ir. Cuando la gente conocida me paraba por la calle y me preguntaba a ver qué tal por allí, no sabia muy bien qué responder. La mayoría de las veces, daba respuestas breves y trataba de cambiar de tema con celeridad. Evitaba hablar de ello. Ahora me doy cuenta de que realmente me estaba comportando con si fuera un enfermo que no quiere hablar de su enfermedad.

¿Cómo le explica Neil Armstrong a su cuñado lo que es estar dando un paseo por la superficie lunar, viendo la Tierra como un “punto azul pálido» en mitad de la nada? ¿Cómo le explicas a tu vecino el cotilla que tienes cáncer? ¿Cómo lo haces? ¿Cómo explicas lo que es estar transitando un proceso tan potente, si ni siquiera sabes lo que te pasa? Sé que es fuerte esto que estoy diciendo. Lo sé. No estoy comparándome con nadie. Estoy tratando de poner palabras a una sensación profunda. Para que podamos entendernos. Muchas gracias por tu comprensión.

En mi caso, era incapaz de expresar mis sensaciones. Y eso me hacia recluirme en mi mundo interior. Me preguntaba si quizá debía volver otra vez. ¿Era ésa la única salvación posible? Estuve tentado de regresar de nuevo, de hecho hubo una posibilidad real de volver para ejercer en un hospital de la capital, Yaundé. No sé si fue por miedo, pereza o porque no tenía un duro, que tras un tiempo de duda, decliné la oferta. Después de haber estado dos años como voluntario, consideré que ya había limpiado suficiente karma como para regresar otro más sin cotizar. No sé si hice lo correcto. Nunca lo sabré. Y es mejor así. ¿Casualidad o Destino? Medio año después de ese día en el que aterricé en Bruselas, y mientras ignoraba qué carajo hacer con mi vida, me ofrecieron un contrato como técnico de laboratorio en el Complejo Hospitalario de Navarra. Sin grandes expectativas, pero sabiendo que iba a proporcionarme algo de plata, acepté. Así es como elegía quedarme en Pamplona y renunciaba a vivir de nuevo en Camerún.

De alguna manera, me estaba forzando a tratar de retomar mi vida anterior a África. A pesar de que ya nada era igual. Aquellos meses trabajando de TEL en el servicio de Hemoterapia no estuvieron mal. Me reencontré con viejas caras, y conocí otras nuevas. Estuve casi un año así, tirando como pude. Sucedió que me ofrecieron otra cosa y quise probar, con la esperanza de que un cambio de aires podía venirme bien. A lo largo de un verano ejercí como educador sexual en un Centro de Atención a la Mujer. Fue una experiencia satisfactoria y tengo buen recuerdo de ella. Sin embargo, yo sentía que no encontraba mi lugar.

Llevaba como podía el mal de África. Mi familia y mis seres queridos me ayudaron en esa readaptación. También, seguir haciendo diferentes talleres de crecimiento personal fue clave. Es verdad que mis experiencias preafricanas en este camino, ya fuera con la terapia gestalt, en el teléfono de la esperanza, con la psicosomática, con el tantra o con las constelaciones familiares, habían sido muy reveladoras. El autoconocimiento había sido siempre un faro en medio de la oscuridad. Así que tal vez, la solución a mis problemas era seguir mirando en mi interior.

Como comenté en el post anterior, la gestalt fue vital en mi proceso personal. En ese sentido, el donostiarra Centro de Psicoterapia Humanista Bidean me había abierto las puertas a un mundo fascinante. De hecho, siento que lo que aprendí allí me fue de gran ayuda a lo largo de mi tiempo en Camerún. Así pues, sentía que quería seguir haciendo algo de eso. Continuar en ese camino, profundizar. Tal vez, de ese modo podría olvidar la enorme nostalgia que sentía. Por eso quise ir un poco mas allá y probar con algo cañero, que me quitara la tontería que llevaba encima. Por decirlo de alguna manera, necesitaba sacudir el cuerpo. En efecto, en África había conocido una forma diferente de vivir. No tan racional y más terrenal. Así es como viven sus gentes. Allí, fui testigo de la fuerza de sus cuerpos, de su tremendo poder. Allí, aluciné con la potencia des sus danzas, tan expresivas y tan conectadas a la tierra. África me había hecho el mejor regalo de todos: ser capaz de vivir en el momento presente de manera real. Así fue como viví mi tiempo allí. Y por eso fue tan duro volver. Allí no había preocupaciones por pagar la hipoteca, o tener el mejor equipo de música, o tener que sacarse títulos para ser alguien de provecho. Allí, la vida, mi vida, se presentaba en estado puro, sin filtros, sin tonterías ni pajas mentales. Algunas veces, de forma ruda, incluso cruel. Otras, de manera muy sutil, frágil. Y siempre, siempre, siempre con una belleza inconmensurable.

Es por eso que sentí el impulso de mi cuerpo. Y quise seguir vinculado de alguna manera a todo aquello, aunque fuera a miles de kilómetros de la selva ecuatorial. Si Mahoma no iba a la montaña, quizá la montaña podía venir a Mahoma. Había que probarlo. Por eso, lo intenté con los bailes africanos, a ver si me ayudaba. Fui a un par de clases o tres, y sacudí bien el cuerpo, sí. Pero no era lo mismo. Ya no había palmeras, ni baobabs, ni un sol abrasador. ¿Y las personas? Bueno, el ritmo que tienen en África es inigualable. La manera en que mueven sus cuerpos es algo alucinante, incomparable. Además, nuestra blancucha piel no luce igual. Definitivamente, necesitaba otra cosa. Más allá de danzar, lo que realmente necesitaba era sanar mi trauma. Así que investigué la manera en que podía hacerlo.

Hasta aquí mi extensa introducción. Mis disculpas por su longitud. Necesitaba hacerlo. Vale, ahora continúo. Lo retomo. En realidad, te he contado todo esto para que veas la situación que arrastraba en el momento en el que conocí en persona a una Valkiria. Una real, de carne y hueso. Sí, sí, como lo oyes. Acompáñame y te lo cuento.

Valquiria Martani trabajaba en el Centro de Psicoterapia Humanista Bidean, que bien conocía. Formaba parte del selecto equipo de terapeutas. Su especialidad era y es la bioenergética, es decir, la terapia psicocorporal. ¿Terapia psicocorporal? Me sonaba enigmático y atractivo a la vez. Apenas habíamos visto algo de eso en la carrera y no sabía muy bien de qué iba. Sin embargo, y como digo, me atraía. En ese sentido, y viendo que se me habían cerrado otras puertas, sentí el impulso de explorar ese camino. El hecho de que me concedieran una vacante para trabajar como técnico de laboratorio en el Banco de sangre de Navarra, me dio la tranquilidad que yo necesitaba para embarcarme en este nuevo viaje. Parecía que la vida me animaba a ello.

Con una vacante la vida se ve de otro modo, es verdad. Sabiendo que ahora tenia un contrato laboral en regla que me iba a permitir unos cuantos años de estabilidad económica, no había excusas. Así pues, me animé a hacer la formación en bioenergética que Valquiria impartía en Donosti. Me puse con contacto con ella, y acordamos mi entrada en el grupo. Con muchos miedos e inseguridades, y a la vez con mucha curiosidad, iniciaba un nuevo camino.

Nos juntábamos un sábado al mes. Esta vez no era en el propio CPH Bidean, sino en uno que quedaba no muy lejos de éste. El hecho de que los encuentros fueran de un sólo día, y no el finde entero, era de por sí un motivo de alivio para mí. Iba a la mañana y me volvía a la noche. Y ya. No hacía falta pernoctar allá. Empezábamos a las diez y acabábamos a las ocho de la tarde. Era un horario perfecto que me encajaba perfectamente en los planes. No había que madrugar mucho y me daba tiempo a ir conduciendo tranquilamente por la autopista disfrutando del bonito paisaje que atraviesa.

El asunto que más me aterraba era el hecho de que el grupo terapéutico ya estaba formado. Es decir, que la mayoría de integrantes se conocían del curso anterior y yo era el novato del grupo. Es verdad que no era la única persona que empezaba, había más. Sin embargo, a mí esto siempre me ha generado mucha inquietud. El llegar nuevo a un grupo en el que sus miembros ya se conocen me da pavor. Afortunadamente para mí, y para mi sorpresa, me encontré con una compañera de la formación en gestalt que había hecho años atrás. También el hecho de que hubiera alguien que vivía cerca de Pamplona, Lourdes, y con quien iba a compartir mi viaje, me ayudó a serenarme un poco. Lo viví como que ya no estaba solo ante el peligro. Además, las personas que formaban el resto del grupo se mostraron desde el inicio como gente sencilla y acogedora. La vida me estaba poniendo a personas que me cuidaban y acompañaban. Así pues, esto me ayudó a abrirme poco a poco a la experiencia.

¿Cómo puedo expresar lo que fueron aquellos dos años de formación? Hablando en plata, puedo decir que Valquiria se encargaba, como su nombre indica, de que lo diéramos todo en el campo de batalla. En verdad puedo decir que es una gran Maestra en el noble arte de meter el dedo en la llaga. De tocar ahí donde duele, donde normalmente no somos capaces de mirar. Y precisamente, esto va de eso, de atreverse a mirar, de poner consciencia y de ser confrontado. Ése es su rol, su papel. Confrontar. Y como digo, lo hace con gran maestría, empleándose a fondo. Cada día de la formación, era como una lucha librada en el frente. Un combate en el que sólo si lo dabas todo, eras capaz de sobrevivir y continuar un día más con vida. Sólo si te entregabas en cuerpo y alma, Valquiria te recompensaba, guiándote al paraíso. Hablo del Paraíso que mora en el interior, por supuesto.

No voy a entrar en detallar las técnicas terapéuticas porque seria sacar las cosas de contexto y no viene al caso. Lo que sí puedo hacer es contar mi experiencia personal. Y puedo decir que gracias a mi paso por este grupo, pude tomar consciencia de la enorme rabia reprimida que habitaba en mi cuerpo. Por vez primera, fui testigo de la tremenda ira que había estado ocultando a lo largo de toda mi vida. Se trataba de una poderosa emoción que no había querido ver, y que precisamente, por eso, se volvía siempre contra mí. Efectivamente, el hecho de rechazar mi propia cólera, me hacia sufrir constantemente la de los demás.

Era la tónica general en mi caso. Cuando era pequeño, ya lo he contado alguna vez, era un niño muy tímido. Huía del conflicto, siendo incapaz de enfrentarme a nadie. No quería meterme en problemas, por lo que trataba de pasar desapercibido. Esto, algunas veces daba resultado; otras no. La vida es un conflicto continuo, esto es una realidad. El asunto es cómo vivimos ese conflicto. En mi caso, lo vivía siempre desde la huida. Escapar era mi reacción automática por naturaleza. Lo hacía cada vez que sentía algo de tensión en mi cuerpo.

Siendo adolescente, y a pesar de que aparentaba ser rebelde, seguía siendo la misma persona miedosa y huidiza. Es por ello que evitaba mecerme en peleas, aún a costa de que aquello supusiera una humillación pública. Recuerdo que también lo pasaba fatal cuando mis amigos se pegaban con alguien. Era algo que odiaba. Y lo odiaba, no tanto por ellos, sino por mí. Porque en el fondo, me aterraba. Me daba pavor verme metido en una riña multitudinaria, por lo que normalmente escapaba cuando esto sucedía. El problema es que luego me sentía mal porque me juzgaba a mí mismo como un cobarde. No hacia falta que nadie me lo dijera, yo mismo era el primero en acusarme. Absurdo, ¿verdad?

Hoy puedo hablar de todo ello sin esconderme. Y aún hoy escribo estas líneas con mucha vergüenza. Por eso fue tan importante para mi entrar en el grupo de bioenergética y encontrarme cara a cara con Valquiria. Hoy puedo verlo, porque es verdad que aunque hayan pasado ya cinco años desde que finalicé la formación, mis dos años en el grupo, me dejaron huella. Una huella imborrable. Ya lo creo que sí. Al igual que África cambió mi vida, la bioenergética me ayudó a darle espacio a mi rabia, a ser capaz de expresarla, observarla, acogerla e integrarla. Así es como pude sanar mi trauma, o sea, aquella la alineación que yo sentía al haber regresado a casa. Gracias a la terapia corporal, pude habitar mi cuerpo. Y esto es algo que no tiene precio, pues una vez que habitas tu cuerpo, sabes que vayas a donde vayas, ESTÁS SIEMPRE EN CASA. Lo puedo decir más alto, pero no más claro. Así pues, gracias.

En verdad puedo dar fe de que la expresión de la ira a través de gritos y golpes (con un cojín o un tubo de plástico) en un entorno terapéutico seguro, es una herramienta alucinante. Éste fue uno de los grandes descubrimientos del padre de la bioenergética. Y digo que fue uno, porque hizo muchos y muy buenos. De hecho, diría que son innumerables. Así que voy a dedicarle ahora unas palabras a este hombre. Creo que bien lo merece.

Wilhelm Reich nació a finales del siglo XIX en la región de Galitzia, que pertenecía entonces al imperio austrohúngaro (hoy esta región se encuentra en Ucrania). Un hecho notable es que su padre se suicidó cuando era un niño. Quizás esto le hizo interesarse por la salud mental de las personas y plantearse estudiar medicina. El caso es que al fallecer su progenitor, su familia se arruinó, por lo que no lo quedó otra que alistarse en el ejército y combatir en la Primera Guerra Mundial. Huelga decir que aquella experiencia le dejó una profunda marca. En el frente, conoció de primera mano el verdadero horror. Allí, luchando en las trincheras, fue testigo del enorme trauma que la experiencia bélica dejaba en la mente y el cuerpo de los soldados. Así es como el corazón de las tinieblas se le reveló de manera brutal.

Acabada la guerra, pudo finalizar sus estudios para convertirse en psiquiatra. Lo vivido en el campo de batalla, le hizo experimentar el fuerte anhelo de querer ayudar a los combatientes a sanar sus traumas bélicos. Decidido a intentarlo, se fue a Viena y tomó como maestro a Sigmund Freud. Aprendió junto al padre del psicoanálisis, siendo uno de sus alumnos más brillantes. Aquella fue una relación fructífera durante unos años, sin embargo, pronto observó que había algo que no cuadraba. Reich se atrevió a poner en duda si tener a un paciente tumbado en un diván era útil. Que las personas hablaran de sus experiencias infantiles era liberador, por supuesto. Sin embargo, el hecho de que el cuerpo quedara postrado sin posibilidad de movimiento, era a todas luces muy limitante. Observó igualmente que muchas neurosis tienen que ver con experiencias sexuales traumáticas. Y comprobó que en muchos casos, una simple charla no era suficiente para alcanzar la sanación completa.

Por eso, probó a retirar el diván y puso a sus pacientes en movimiento. Les pidió que expresaran libremente sus emociones, con todo su cuerpo, de la manera que fuera. Sin filtro. Sin freno. Sin ningún tipo de restricción. Aquello dio unos resultados asombrosamente notables. Así nacía la bioenergética, tomando como pilar fundamental la expresión corporal. Cor-po-ral. Reich se dio cuenta de que, al margen de lo que digan las palabras, el cuerpo nunca miente. Es decir: la vedad está siempre en el cuerpo y ahí es donde hay que llevar la atención. Así pues, inventó el análisis de caracteres, o sea, el estudio de la relación inherente entre la personalidad y el cuerpo. En ese sentido, descubrió que, en una persona dada, la musculatura corporal es equivalente a su psique. Según sus propias palabras, la biografía de una persona determina su biología.

Resulta alucinante que este hombre dijera esto hace un siglo y muchos le tomaran por un chiflado. Hoy en día la ciencia de la epigenética demuestra que, efectivamente, las experiencias que vivimos a lo largo de la vida, afectan directamente a nuestros genes, hasta el punto de modificarlos. O sea, biografía equivale a biología. No entraré ahora en este asunto, sino que simplemente quiero destacar el hecho de que alguien se adelantara a su tiempo con tanta lucidez. En una época pretérita, en medio de un mundo en guerra, este hombre supo ver que es posible cambiar nuestro destino si somos capaces de prestarle atención al cuerpo.

Lo cierto es que podría estar escribiendo páginas y páginas sobre su vida. Pero no te quiero aburrir, así que voy a tratar de ir al grano. Tras distanciarse de Freud, emigró a Estados Unidos al estallar la Segunda Guerra Mundial. Allí tuvo contacto con diversas personalidades del mundo de la ciencia, como Albert Einstein. Como resultado de dicha relación, hay una fructífera colección epistolar en la cual intercambian impresiones sobre la física cuántica y el potencial humano. Y es que, según Reich, el cuerpo tiene un potencial atómico brutal, el cual está en nuestras manos liberar. Lo que hagamos con ese potencial es cosa nuestra. Podemos emplearlo en fabricar bombas nucleares, o podemos usarlo para ayudar a otras personas a sanar sus heridas.

En plena caza de brujas y con la guerra fría de fondo, este tipo de declaraciones, junto a sus estudios sobre la capacidad sanadora del orgasmo, resultaron demasiado extraños y peligrosos para la moral represora y reprimida del momento. Por encima de todo, era necesario mantener a la población dormida y sumisa. Por lo que Reich fue encarcelado, y sus libros, prohibidos. Como lo oyes. Su vida terminó pronto, cuando sufrió un infarto agudo estando recluso. Fue el triste final de un ser brillante. Por suerte, la verdad nos hace libres, y sale siempre a la luz. Y aquí estoy hoy dando testimonio de esta gran Verdad. Agradeciendo la fabulosa labor de este hombre y de quienes han seguido su legado.

Legado que como te puedes imaginar es muy extenso. Escribió numerosos libros que hoy día siguen estando en vigor. Si bien su alumno más reconocido fue Alexander Lowen, podemos decir sin lugar a dudas que ha influido y sigue influyendo en generaciones y generaciones de terapeutas. De hecho, reconocidas celebridades de estos mundillos, como Osho y Veeresh, se inspiraron en sus métodos para llevar a cabo su labor terapéutica con gran éxito. Sin ir más lejos, la AUM meditación, el gran regalo de Veeresh al mundo, se basa en la utilización combinada de las técnicas psicocorporales descubiertas por Reich. Como ya hemos visto en otro post, Veeresh aprendió dichas técnicas a lo largo de su rehabilitación y posterior formación para tratar adicciones.

Ah, por cierto, otro dato curioso. Si te van los minerales y las piedras, y te gustan las orgonitas, dale las gracias también a Wilhelm. Él fue su creador. Como ves, este hombre fue un genio polivalente y pionero.

Como he contado, mi experiencia en el grupo de bioenergética con Valquiria fue a todas luces sanadora. Aprendí a abrazar mi ira, y me di cuenta del inmenso potencial que habita en mi cuerpo. Por supuesto, es un potencial que reside en cada persona. Y que está esperando ser desplegado. Desde luego, después de mi paso por este grupo, estoy convencido de que en el interior de cada persona existe un superpoder. Si me lo permites, diré que en el interior de cada persona hay un Goku. Un Goku, sí, tal cual. Un super guerrero que está deseando liberar su inmenso e ilimitado poder, y convertirse de una vez por todas en un Super Sayan. ¿Qué te parece?

Ahora ya no tengo necesidad de salir corriendo cuando surge un conflicto. Sigo teniendo miedo, por supuesto. Sin embargo, lo puedo observar. Puedo ver que no necesito huir ni tampoco luchar. Puedo ver que cuando una persona me grita o me habla de mala manera, en el fondo, está reflejando su propio dolor. Y desde ahí, puedo decidir qué hacer. En lugar de responder con una reacción automática, puedo elegir libremente una respuesta consciente. Y eso no tiene precio.

Así pues, muchas gracias Valquiria. Los dos años que pasé en tu grupo representan un viaje tremendo, una experiencia alucinante. Muchas gracias, compis. Sois demasiadas personas como para que os nombre una por una, así que sirvan estas palabras para mostraros mi agradecimiento. Os agradezco enormemente la experiencia, y desde luego, que sepáis que sin vuestra ayuda y apoyo no hubiera sido capaz de continuar en el grupo. Así que os doy un millón de gracias. Mila esker!

También, he de decir, que además de estos dos años en el grupo de bioenergética, también participé en un taller de Terapia de Arraigo Sexual con Valquiria. Fue muy potente y sanador. Me ayudó mucho y hoy día sigo disfrutando de sus efectos.

Por todo ello, doy las gracias a Wilhelm, a Valquiria, a Bidean y a quienes trabajan y ofrecen la terapia corporal. Puedo decir que gracias a ella, he descubierto mi propio Valhala interior. Ahora sí me siento digno de que las valkirias me lleven allí. Y ya no temo a su cabalgata, sino que la espero con fervor.

Como ves, este post ha sido especialmente largo. Casi el doble que el resto. Por ello, te doy las gracias si has llegado hasta aquí. Es una historia especialmente importante la que quería contarte hoy. Así que muchas gracias. Siento que ha sido un largo viaje el que hemos compartido. Empezamos hablando de La cabalgata de las valkirias, la obra de Wagner, que suena en Apocalypse now. Y a partir de ahí, hemos pasado por varios temas: La guerra de Vietnam, el imperio yanqui, la selva asiática, Ganesha, la selva africana, Camerún, la Luna, la alienación humana, la bioenergética, Wilhelm Reich, las Guerras Mundiales, Goku, las bombas nucleares… y hemos acabado nuevamente con las valkirias. Así pues, hemos cerrado el circulo de manera impecable. Y siento que en el fondo, todo está conectado. Es como si todo formara parte del mismo relato de manera mágica. Me apetecía compartirlo y darte las gracias por formar parte de él. En esencia, tú eres la razón por la que sigo escribiendo. Así que a ti te lo debo todo. No sabría cómo agradecértelo. Tal vez con un banquete eterno e infinito. ¿Te parece?

En ese caso, nos vemos en el Salón del Valhala. Nos vemos allí, para disfrutar mano a mano del Gran banquete. Si llego antes que tú, te esperaré con gusto. Lo haré listo y dispuesto, esperándote para cuando nos llamen al Combate Final. Mientras tanto, te deseo que escuches a tu cuerpo y le prestes la atención que merece, para que, de una vez por todas, liberes tu inconmensurable Poder.

Freya y Odín te animan a ello y brindan por ti…

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