-¡Llorón!
-¡Miedica!
-¡No seas aguafiestas!
¿Ecos del pasado? Por no hablar de la consabida advertencia: «eres demasiado sensible».
Si usted fuera como yo, habría escuchado muchas de estas cosas, y le habrían hecho sentirse ciertamente diferente. Yo estaba convencida de adolecer de un defecto fatal que debía ocultar y que me condenaba a una vida de segunda clase; pensaba que había algo que estaba mal.
Con estas palabras comienza el prefacio de The highly sensitive person, libro traducido al castellano como “El Don de la sensibilidad”. Su autora es la doctora en psicología Elaine Aron, y a lo largo de sus casi 300 páginas, nos cuenta cómo fue descubriendo (primero en ella misma, y después en un porcentaje importante de la sociedad) este curioso rasgo de la personalidad.
Así, a bote pronto, ¿te dice algo esto?
Hace poco asistí a un taller que trataba el tema. Fue, cómo no, en Ayumayá, idílico lugar de sanación en la sierra de Cameros, la Rioja. Lo impartía Fernando Yoldi, terapeuta experto en PAS (personas altamente sensibles). Reconozco que hasta ahora no había profundizado en este asunto; de hecho, me generaba un cierto rechazo. Supongo que eran mis propios prejuicios, el rechazo a mi propia sensibilidad y mi miedo a mostrarme vulnerable. Pero como todo, las cosas llegan cuando tienen que llegar.
El caso es que a raíz de participar en dicho taller, y tras leer a Elaine Aron, algo se ha despertado. Y siento que es momento para hablar de ello. Sin lugar a dudas, puedo hacer mías las palabras con las que esta doctora comienza el prefacio de su libro. Ya he hablado en este blog acerca de mi infancia, de cómo era incapaz de atreverme a explorar los misterios de la vida. He contado que era un niño muy tímido. Extremadamente tímido. Paradillo, retraído, lleno de miedos e inseguridades. Únicamente, en mi mundo interior me sentía libre, y mi cuarto era el único lugar en el que me sentía seguro. Allí, entre mis juguetes y mis dibujos, soñaba con aventuras que era incapaz de llevar a cabo en la vida real. El mundo exterior era un lugar peligroso, como si estuviera continuamente burlándose de mí. Yo pensaba que todo lo hacía mal, que nada era suficiente. De ninguna manera capaz de creer en mí mismo. Ésta era la peculiar realidad que vivía en la infancia, por eso, la imaginación era mi única vía de escape.
Con esas credenciales, tomo consciencia de que cumplía con las cuatro características esenciales propias de una PAS. Éstas, descritas por la propia Elaine, son: profundidad de pensamiento, sobre-estimulación del sistema nervioso, reactividad emocional y sutilidad (o sutileza). En los años 80 y 90, no sabía nada de esto, y yo lo pasaba fatal sintiéndome un bicho raro. En aquella época, prefería ser cualquier otra persona antes que ser yo mismo. Es por ello que conforme fui cumpliendo años, fui desconectándome de mí mismo, y cuando llegué a la adolescencia, me puse una armadura para poder sobrevivir. ¿Qué otra cosa podía hacer? No era plan de sufrir como un desgraciado, no podía dejar que las cosas me afectaran tanto. La mejor solución pasaba por volverme insensible y acoger el reverso tenebroso, dejando de ser un niño bueno, pasando del cole y bloqueando mi creatividad natural. ¿El lado oscuro de la fuerza tiene algo atrayente? Supongo que, como Darth Vader, me dejé seducir por él y conecté con la rebeldía. Y empecé a hacer lo que se supone que hace la gente joven cuando comienza a experimentar la vida de adulto. Lo típico: salir, beber, el rollo de siempre…
Confieso que había un gran placer en todo eso. El placer de romper con lo establecido, de revelarse contra todo y contra todos. Sin embargo, ya sabemos que más allá del placer momentáneo de desinhibirse, en el fondo, la noche nos confunde a todos. ¿Se puede decir que, en el fondo, todo ello representa una huida? En lo que a mí respecta, en esa huida hacia adelante, el asunto en cuestión era que me estaba alejando de mi esencia. En efecto, no era consciente de ello, pero me estaba alejando de mi mismo.
¿Cómo?, ¿alejarse de uno mismo? ¿Es posible?
Sea como fuere, la vida se las arregló para frenarme en seco. Quién sabe si, lo que en principio parece una gran putada, en el fondo es un golpe maestro. Un placaje para parar, para dejar ese sendero que no conduce a buen puerto. En definitiva, un empujón para saltar del tren en marcha, antes de que éste caiga por el precipicio.
Era joven, tenía 20 años, y toda la vida por delante. Acababa de regresar de Inglaterra. Allí, había estado unos meses haciendo prácticas laborales como técnico de laboratorio, y después me había quedado una temporada trabajando como camarero en un hotel. Guardo grandes recuerdos de mi estancia en la ciudad de Torquay, Devon, en el sudoeste inglés. Salir de casa fue tomar una bocanada de aire fresco; lo disfruté mucho. Mis miedos previos al respecto se habían difuminado, me había demostrado a mi mismo que no era un incompetente y que era capaz de valerme en otro país y en otro idioma. Claro que no todo fue color de rosa. Claro que hubo grandes aprendizajes. Por ejemplo, mi fobia social seguía presente, pero podía atenuarse con unas pintas de cerveza, lo cual era algo socialmente aceptado. Por lo demás, puedo decir que fui feliz mientras viví en el Reino Unido.
Es por eso que regresar a casa, a Pamplona, me produjo una sensación ambivalente. Tenía su lado bueno en cuanto a volver a ver a la familia y los amigos, sí. Pero también suponía renunciar a la magia de lo desconocido. Acababa de experimentar un salto cuántico, había salido de mi microcosmos, de mi zona de confort, y eso era la hostia. Una parte de mí quería seguir viendo mundo; la otra, la más conservadora, me decía que, como en casa, en ningún sitio. Y mientras decidía qué hacer con mi vida, me apunté a un curso para ser celador sanitario. ¿Celador sanitario? ¿Y eso? Bueno, supongo que, a ojos de mi convencional familia, el itinerario natural por pasarme sacarme una plaza de funcionario en el servicio navarro de salud. “Que provea la administración pública”, como había hecho mi padre. ¿Significaba eso apostar por un sueldo fijo a final de mes, a cambio de renunciar a la emoción y el riesgo de vivir al día? ¿A cambio de renunciar a conocer otros mundos, y con ello gente nueva y diversa?
En mi interior, deseaba volar lejos, muy lejos. No quería quedarme encerrado en aquel microcosmos foral. No después de lo que había vivido. Me negaba a arrodillarme ante ese destino prefabricado. Soñaba con romper el molde, ¿pero quién era yo para romper con todo? Aquello daba vértigo. ¿Debía limitarme a cumplir con lo que se esperaba de mí, dando carpetazo al anhelo de viajar, o bien era el momento de continuar soñando? Hoy puedo ver con claridad el gran conflicto en el que estaba inmerso. Puedo ver que en el fondo del meollo, lo que realmente estaba manifestando era una huida de mi mismo. Y eso no puede ser.
Así pues, como he dicho antes, la vida se las arregló para frenarme en seco. Aquel 1 de noviembre de 2003, la noche en la que celebraba mi 21 cumpleaños, los astros se alinearon y todo se precipitó de manera drástica. Fue el placaje que, aunque no quería, necesitaba. El empujón para saltar del tren antes de que descarrile. La Vuelta del Castillo, antaño lugar de batallas, fue el escenario elegido para llevar a cabo el crimen. Un crimen perpetrado en este caso contra la sensibilidad. ¿O más bien fue contra la rigidez?
¿?
A ver, deja de flipártela y cuenta lo que te pasó.
¿Quieres saberlo? Pues que básicamente, la vida me frenó en seco con un accidente de coche, un gran ¡Crash!, un zartako morrocotudo.
¿Pero qué sucedió?
Otro día cuento los detalles. El resultado de todo aquello: un añito en el infierno. Ahí si que no había escapatoria. No huyas, cobarde. No quieras irte por ahí a vivir aventuras. Vive tu propia aventura. La aventura de entrar en ti. Y por primera vez en mucho tiempo, siente.
Vaya si sentí. Se abrió la caja de pandora. Atravesé la noche oscura del alma. Dolor y sufrimiento, tanto físico, como emocional. Una rodilla que no se doblaba, una pierna rígida como una pata de palo. Adherencias que se habían formado. ¡Adherencias! Muy apropiado el término. No te adhieras, suelta. ¡No te apegues, cabrón! Fluye, joder, fluye, y sobre todo, siente. Siente ese dolor. A eso has venido. Y no te hagas el mártir, que no es lo mismo. Ah, ¿que no sabes la diferencia? Te la digo yo: discernimiento. Ahí esta la clave. Aprende a discernir. Observa tus demonios. Habla con ellos. No escapes de su encuentro. Ellos te mostrarán el mayor de los tesoros. Como si me estuvieran diciendo: ¿qué, te sientes atraído por el lado oscuro? No hay problema, te daremos lo que necesitas. Te llevaremosal lado oscuro. Ah, ¿que no te quieres arrodillar?, tranquilo,nos encargamos de tu rodilla. Te guste o no, vamos a hacer que entres en la cueva. Allí encontrarás lo que andas buscando.
La cueva… Está oscura y hace frío… No quiero, me da miedo… Decía Joseph Campbell, el gran experto en mitos, que la cueva a la que tenemos miedo de entrar contiene el tesoro que buscamos.
¿Y cuál es el tesoro? ¿Se trata de un cofre con piedras preciosas? ¿O tal vez sea un anillo que otorga poderes mágicos a quien se lo coloca?
Frío, frío… Por ahí no es. No te montes películas.
¿Y si fuera otra cosa? ¿Algo que no es material? “Lo importante es invisible a los ojos”, recuerda. Así pues cabe preguntarse: ¿y si el tesoro fuera en realidad una cualidad humana? ¿Y si la capacidad de sentir es el mayor botín posible? Quizá sea aquello por lo que los rudos piratas han estado luchando toda su vida.
Sea como fuere, ahí empezó un camino de búsqueda. Un camino que me ha llevado y me sigue llevando al interior de la cueva, que me sigue mostrando cuál es el tesoro. Y que me ha llevado a descubrir recientemente el trabajo de la doctora Elaine Aron. Vamos a ver lo que nos cuenta; trataremos de poner algo de luz en este misterio. Esta mujer nos dice que ser sensible no es una maldición, más bien al contrario. Es un don. Nos dice que se nos está dando la oportunidad de nuestra vida. Más allá de tener fortaleza, riqueza, poder… más allá de todo eso, está el don de la sensibilidad. De ti depende que lo sepas aprovechar. Da igual si el resto del mundo no te entiende, si eres un bicho raro, o si tu padre quiere que seas funcionario.
¡Llorón!
¡Miedica!
¡Aguafiestas!
¡Joder, eres demasiado sensible!
Así es. Llora, no dejes de llorar. Por lo que más quieras.
¿Cómo?
Lo que oyes.
Si, así es. A eso has venido. Y mientras no huyas de ti, todo irá bien. Mientras no dejes de sentir, la vida te va a ayudar. Y si huyes, tranquilo, la vida se encargará de ti, te meterá un buen zartako. Uno con la mano abierta, que te haga ¡Crash!. Y para que no te olvides de ello, tu cuerpo te estará hablando para recordarte por dónde ir. Esa hipersensibilidad inmune que te provoca alergias y rinosinutis está ahí para recordártelo. Así que agradece. No te olvides de agradecer.
No dejes de sentir. A fuerza de volver a ti, de sentir, de soltar y liberar, llegará un punto en el que le cogerás el gusto. Sí, sí, te lo prometo. Incluso, llegará el día en que inspires a otras personas. ¡En serio! Serás el ejemplo de que no tiene sentido vivir desconectado. Por muy doloroso que sea, por muy jodidas que sean las circunstancias, como es afuera, es adentro. Ahora ya lo sabes, y sabes que si sigues tu camino hacia adentro, todo irá bien. La vida te traerá todo lo que necesites. Te traerá las personas adecuadas y las experiencias necesarias. Todo llegará mientras sigas sintiendo.
Sé que suena muy new age, pero hace un siglo que la física cuántica nos dice que el átomo está vacío y que por tanto el universo es energía.
Por lo demás, sigue el ejemplo de la Dra. Aron y comparte tus dones, sabiendo que alrededor del 20-30 por ciento de la población es PAS. ¿Lo ves? No eres la única persona que tiene un sistema nervioso que procesa tan profundamente la información que se sobrecarga con facilidad. No eres la única persona que piensa y siente con suma intensidad. Así que no te escondas. Sal y muestra al mundo a lo que has venido.
Muchas gracias por leerme.
Muchas gracias, Elaine Aron. Muchas gracias, Mónica y Alberto (Ayumayá). Y muchas gracias, Fernando Yoldi.
Gracias por vuestra gran labor y sensibilidad.
Cuánta experiencia y sabiduría…
Nuestro refugio en la imaginación de niños…
Salir por la noche y beber para no afrontar los cambios que están sucediendo en nuestra etapa adolescente…
Vivir en otro país con otro idioma y ser alguien allí que no volverás a ser en un tu propia casa…
Esa huída en busca de libertad…
Ése accidente que te frena para que te plantees… todo??
Qué maravilloso tu relato!
Te mando un beso muy fuerte!! 😘