El uno de noviembre es la fiesta del Samhain en el mundo celta. Es el día más importante del calendario: la celebración del año nuevo, el momento en el que este mundo y el otro se solapan, y vivos y muertos se encuentran. A pesar de que ya nadie celebra el año nuevo en esta jornada, la antiquísima impronta celta sigue estando presente, pues en muchos lugares del mundo hoy los cementerios se llenan de gente, y las tumbas, de flores. Distorsionada, esta festividad fue adaptada, primero por los romanos, en honor a Pomona, su diosa de los huertos y las cosechas, y más adelante, por la Iglesia. Efectivamente, ahí está el origen del día de “Todos los santos” cristiano.
El ser humano es una especie colonizadora, ya lo sabemos. La Historia nos demuestra una y otra vez que no perdemos la oportunidad de conquista en cuanto se nos presenta. Da igual que sea a nivel físico, ideológico o espiritual, el caso es controlar al otro. Volviendo al tema que nos ocupa, ¿se puede decir que la Iglesia trató de borrar cualquier atisbo de paganismo, suprimiendo y/o modificando a su imagen y semejanza las costumbres y celebraciones que iba encontrando? A la vista está que lo ha logrado durante mucho tiempo.
Hoy en día, las cosas han cambiado un poco y ya no es Roma sino Hollywood quien trata de imponernos su cultura. Los ejemplos son inagotables: a Papá Noel lo ha vestido Coca-cola de rojo, Mc Donalds y Starbucks se expanden por todo el mundo… ¿Quién nos iba a decir hace unas décadas que íbamos a estar celebrando el “Black Friday”? Y así sucesivamente. La globalización es lo que tiene: la ley del más fuerte se impone con firmeza en cualquier rincón del globo.
En medio de todo ese imperialismo cultural por parte del tío Sam hay un caso que me resulta particularmente curioso. La singularidad que se da con la expansión de la fiesta de Halloween por todo el mundo me llama especialmente la atención. Esta celebración, cuyo nombre proviene de “All hallows’ eve” (literalmente “víspera de todos los santos”), tiene una iconografía cien por cien pagana. ¿No es llamativo que toda una suerte de zombies, calaveras, telarañas y monstruosas calabazas campen a sus anchas por las calles? En realidad, como hemos visto, esta festividad tiene su origen en la antigua Nochevieja celta, que la cultura anglo-sajona se llevó consigo al otro lado del charco. Y una vez afianzada en Norteamérica, desde ahí se ha expandido por los cinco continentes, regresando de nuevo al viejo mundo. Paradójicamente, es como si la maquinaria del marketing yanqui nos hiciera caer en la cuenta de que, ciertamente, tenemos un pasado celta en la vieja Europa.
Llegado este punto, ¿qué eliges, el truco, o el trato? ¿Te disfrazas y te vas de fiesta, o te quedas en casa, criticando lo inapropiado que resulta? Por supuesto, por mi parte, eres libre de hacer lo que te venga en gana. Yo sigo a lo mío.
¿No resulta curioso que una celebración celta, y por tanto, pagana y hereje, resurja con tanta fuerza en pleno siglo XXI? ¿Qué significa esto? ¿Hemos perdido el norte entre tanta parafernalia terrorífica? ¿Acaso estamos haciendo enfadar a Jehová y nos va a castigar sin piedad? ¿”El milenarismo va a llegaaarr”, como decía Arrabal? Tal vez, sin entrar en pánico, se pueda hacer una lectura un poco más trascendental, y plantearnos que efectivamente, todo es cíclico, y lo que un día fue, es posible que regrese de nuevo. Sea como fuere, considero que lo importante de todo esto es ir al fondo de las cosas, no quedarnos en la superficie. ¿La noche de brujas mola o se ha convertido en algo frívolo? Disfrazarse está genial, y jugar al “truco o trato” puede ser una buena excusa para divertirse y entablar amistades. Sin embargo, ¿podemos argumentar que lo que nos vende Hollywood en este día se queda en un plano meramente simplista y materialista? ¿Se puede decir que la fiesta de Halloween se queda tan sólo en una mera oportunidad para el consumo, habiendo perdido su esencia original?
Como siempre, mi invitación es a dejar a un lado lo superficial y sensacionalista, y regresar al sentido original y profundo de las cosas. ¿Lo intentamos con este asunto? Vamos allá. Recordemos: Halloween da paso al Samhain, o sea, la fiesta de fin año celta da paso al inicio del nuevo ciclo. En este día de año nuevo, el 1 del 11 en nuestro calendario, se celebra la llegada de la oscuridad. Ya sea en lo meteorológico, como en lo personal; ya sea en lo físico, como en lo espiritual. Para llegar a la luz, primero hay que transitar las tinieblas, por eso, el nuevo ciclo se inicia con la llegada de la época oscura. Y sí, ya sabemos que a partir del equinoccio de otoño, el 21 de septiembre, la noche comienza a ganarle terreno al día. Pero es ahora en Samhain cuando esto se hace evidente. En el mundo celta, el invierno se inicia en este momento, siendo la propia naturaleza la que marca el inicio de las estaciones. Tengamos presente que estamos viajando atrás en el tiempo, mucho, a un momento evolutivo en el que la vida de las personas depende de la íntima relación con la Naturaleza y los elementos. Es fundamental tener esto en cuenta.
En esta época del año, las hojas caducas han perdido su verdor, tornándose rojizas, y llevan semanas soltándose de las ramas. Los graneros albergan el cereal cosechado en verano y es un momento propicio para recolectar castañas y manzanas. La huerta por su parte, comienza a ofrecer productos que aportan calor al cuerpo, como la calabaza. Es como si la Creación nos estuviera diciendo: “Prepárate, que llega el frío”. Prepárate porque llega el momento de recogerte; atrás quedó el calor y la expansión. Y vamos a hacer una gran fiesta para celebrar ese tránsito; será la mayor celebración del año. El momento bien lo merece. Y es justo en ese día que el mundo de los vivos se solapa con el de los muertos. Tal es la importancia de esta festividad en el mundo antiguo. ¡Vamos, aprovecha que la puerta está abierta! Celébralo, baila con tus difuntos. Honra a tus ancestros y ancestras, agradece a quienes te precedieron. Y toma consciencia de que esto que llamamos vida terrenal es tan sólo la antesala de la otra realidad. En el ciclo natural, todo es cambio, y así como nacer es motivo de celebración, también morir lo es.
¿Cómo? ¿Celebrar la muerte? Qué siniestro eres, pardiez.
Actualmente, la muerte se ha convertido en un tabú. Creo que es uno de los muchos males de nuestra sociedad del bienestar. Tal vez el peor. ¿La muerte es algo que nos asusta y nos causa rechazo? ¿Hemos perdido la conexión con el ciclo de la vida? ¿Y eso? Quizá, vamos tan deprisa en nuestro mundo moderno, sofisticado y urbanita que no somos capaces de pararnos un momento a reflexionar sobre ello. Reflexionar sobre el tránsito hacia lo que sea que haya después de esta vida, tomando consciencia de que por mucho que nos cueste aceptarlo, ese momento va a llegar. Y cuando eso suceda, ¿cómo lo voy a afrontar? ¿Qué siento ante la idea de dejar este mundo?
Ante la certeza de que pronto o tarde llegará mi hora, cualquier asunto pierde importancia, ¿verdad? Lo real toma fuerza. Así es. Así debe ser. La Parca, vestida con capa y capucha, vendrá a visitarnos, guadaña en mano, y nos pedirá que la acompañemos. Sólo ella sabe cuándo será. Por eso, antes de que venga y se acabe la partida, creo que está bien que en este día hagamos una pausa y nos planteemos algunas cuestiones. ¿Cómo estoy viviendo? ¿Tiene sentido lo que hago? Tal vez, ante la presencia de la muerte, encontremos la determinación y el valor para responder con franqueza y actuar en consecuencia. Esta fecha, más allá del morbo y el sensacionalismo, ofrece una buena oportunidad para reflexionar sobre ello. Es un momento óptimo para reconciliarnos con la muerte y con la oscuridad; reconciliarnos con aquello que más tememos y rechazamos. Este día se nos presenta una gran ocasión para mirar hacia adentro, para observar aquello que normalmente no queremos (o no nos atrevemos a) mirar, y parar.
A veces no queda otra. A veces la vida te pone en una situación crítica en donde no hay escapatoria, donde te toca enfrentarte a tu realidad. Ese momento es jodido, mucho. ¿La noche oscura del alma? Ya lo creo. Por mucho que quieras escapar de ahí, te ves en un callejón sin salida, un lugar oscuro y tenebroso, donde te encuentras con el dolor y la locura, y parece que no hay salida posible. En ese momento, lo único que puedes hacer en entregarte, abrazar ese callejón oscuro y sin aparente salida. Lo único que puedes hacer es abrazar la zozobra, el azoramiento y la tremenda perturbación. En definitiva, lo único que puedes hacer es rendirte. A la vida. Hágase tu voluntad y no la mía.
Si lo puedo contar es porque doy fe de que ése es el camino, y no otro, para salir de ahí. Ése es el camino para continuar adelante. Y es algo que lo tienes que vivir por ti. Por mucho que te lo cuenten, tendrás que experimentarlo en tus propias carnes. Ser protagonista de tu vida, pasa por vivirlo todo. Así que vamos allá. Vamos a vivirlo todo.
Sucedió tal día como hoy, uno de noviembre, de hace 21 años. Ah, por cierto, por si no lo sabes, contarte que hoy, además, es mi cumpleaños. En este día en el que inicio una nueva vuelta al sol (ésta que empieza es la número 42), la historia que te voy a contar, arranca el uno de noviembre de 2003. O sea, el día de mi 21 cumpleaños. O sea, el punto medio exacto de mi recorrido vital.
¿Curioso que salgan tantos múltiplos de siete?
Un inciso. El siete es un número peculiar. Siete son los días de la semana, los pecados capitales, las maravillas del mundo antiguo… En la biblia, por ejemplo, son continuas las referencias (“setenta veces siete”, “hizo el mundo en siete días”, etc.). Y así hasta una larga lista de ejemplos en los que este número está presente en el imaginario colectivo. ¿Qué tiene el siete? ¿Qué misterios alberga? Y ya puestos, ¿conoces la teoría de los septenios? Ésta considera que la vida de una persona se divide en períodos de siete años (septenios). Desde el nacimiento hasta la muerte, cada uno de estos intervalos tiene que ver con un momento vital determinado: a los siete años, termina nuestra primera infancia; a los catorce, entramos de lleno en la adolescencia; y a los veintiuno se ha completado el desarrollo físico, dando lugar a la primera fase de la vida. A partir de ahí, seguimos evolucionando, siempre de siete en siete. Por ejemplo, a los cuarenta y dos comienza el desarrollo espiritual.
¿Qué te parece esto? ¿Estás de acuerdo? Tal vez esto pueda chocar, lo sé.
En cualquier caso, y regresando a mi historia personal, a mi no me quedó otra elección el día que cumplí mis 21. Era una invitación a lo grande la que me estaba haciendo la vida: “o sigues huyendo como has hecho hasta ahora, o te haces responsable”. Tal cual. Así de claro. Por supuesto, en ese momento yo no era consciente de nada.
Un momento, un momento… ¿De qué estas hablando? ¿Qué te paso ese día?
Venga, vale. Prosigo.
Había pasado el día con mi familia, tranquilamente. Recordemos que es habitualmente una jornada festiva, donde la gente acude en masa a los cementerios y todo eso. Además de ser fiesta, era sábado. Así pues, era joven y tenía el finde por delante, por lo que no estaba dispuesto a desaprovecharlo. Al anochecer, me fui a ver a mi cuadrilla de amigos. En aquella época, salíamos a menudo de marcha, a darlo todo. Normalmente, antes de ir de bares o a alguna discoteca, nos juntábamos en la bajera. Éste era nuestro punto de encuentro, el lugar donde más tiempo pasábamos, nuestra mejor guarida: el bajuel. El clima normalmente es frío y lluvioso en Pamplona, así que es habitual que los grupos de chavales alquilen un local, normalmente una bajera, para reunirse. Así pues, el bajuel era nuestro espacio, un reducto al margen de la sociedad donde nadie nos molestaba, y donde nos podíamos juntar para… ¿Para qué? ¿Para tomar el té con pastas y disertar acerca de macroeconomía y geopolítica? Bueno, nos juntábamos para socializar, charlar, jugar, beber, fumar… Lo típico que haces con 20 años, ¿o no?
Así pues, era Saturday night y estábamos reunidos en nuestro refugio, departiendo y privando antes de salir, como cualquier otro finde. En aquella época no se decía “hacer botellón”, o por lo menos, no en el bajuel. Hablábamos de “privar” o “echar unos litros”. ¿Quieres decir que anestesiabais con bien de alcohol vuestras jóvenes consciencias? Bueno, era la manera de entonarse un poco, de preparase para lo que la noche nos podía deparar. El caso es que en aquella ocasión, todo iba de fábula, el ambiente era distendido en el bajuel, y como era mi cumple, yo me sentía el centro de atención. Vamos, que iba a ser mi gran noche. En eso que mi amigo Javi me dice que quiere irse de bares ya. Le apetece ir a dar una vuelta, y me pregunta a ver si le acompaño. ¿Por qué no? ¿Una vuelta de reconocimiento para palpar el ambiente que ronda por la ciudad? Claro que sí. Acepto y nos vamos mano a mano en su Ford escort maqueado.
¿Adónde vamos? ¿Vamos a la «Trave»? Ésta es la abreviatura de “Travesía Bayona”, una calle de bares con mucha afluencia en aquella época.
Allá vamos. Aparcamos cerca y nos adentramos en la Trave. Los bares están a tope. Esto promete. Nos metemos en un garito dispuestos a gozar. Nos tomamos unos cubatitas mientras echamos unos bailes en la pista. Qué grandes somos, joder. Los putos amos. Pero echamos de menos al resto, así que decidimos volver al bajuel, donde continúa nuestra cuadrilla.
Volvemos al coche. Menuda melopea que llevamos encima. Pero, ¿qué más da? Somos jóvenes y ésta es nuestra noche. Sin darnos cuenta, un espíritu oscuro se mete también en el auto. ¿Quién es? ¿Es Lucifer, que se ha cruzado en nuestro camino, está juguetón, y nos anima a cometer travesuras? ¿Acaso hemos sido los elegidos? No lo sabemos en ese momento, pero esa noche ya no vamos a regresar al bajuel. Nos quedaremos por el camino. Tirados. Literalmente.
Pero vayamos por partes, como dijo Jack el destripador. Javi arranca y emprendemos el vuelo. ¡Adelante! Recorremos las calles de la ciudad a tumba abierta; nada ni nadie nos va a parar. Si es que somos los putos amos, ¿recuerdas? ¡Es la noche de brujas y Lucifer nos acompaña! Por supuesto, no llevamos puesto el cinturón de seguridad, y sí una cogorza de aúpa. Nos pensamos que la ciudad es nuestra, y Javi pisa a fondo el acelerador. Como si le fuera la vida en ello. ¡Vamooooss! Ya lo dicen los Estopa en su canción Cacho a cacho: “Acelera un poco más, corre más que el veneno que llevo dentrooo…”. Acelera hasta que ya no puedas más; hasta tumbar la aguja del velocímetro; ¡hasta el infinito y más allá!
Acelera hasta que te estampes, cual espectacular traca final. Terrorífica noche de brujas. En décimas de segundo, Javi pierde el control de su Ford escort y se va contra la fila de coches estacionados en linea. Estamos en la mítica vuelta del castillo, a la altura de la residencia de ancianos “la Misericordia”. El resultado es una colisión en la que destrozamos seis coches que están aparcados en línea. Uno tras otro. Así hasta seis. Nuestro vehículo también está reventado, por supuesto. ¿Y nosotros? ¿Cómo estamos nosotros? ¿Qué me ha pasado? ¿Estoy vivo? ¿Estoy muerto?
Como sabrás, hay gente que en momentos críticos experimenta lo que se conoce como una «experiencia cercana a la muerte», o ECM. Normalmente, estas personas hablan de vivencias transformadoras, en las que se encuentran con ese famoso túnel de luz. Por lo general, es una experiencia de paz y amor incondicional. A veces ven a seres queridos que ya no están en este plano. Y es entonces cuando algo o alguien les dice a estas personas que todavía no ha llegado su hora, que es momento de regresar a la tierra y continuar con su vida.
En mi caso, yo no tuve una ECM. Tampoco vi mi vida pasar delante de mí. Creo que no llegué a perder la consciencia, si bien los recuerdos son vagos en mi memoria. Sin embargo, tengo la sensación de que en el instante previo al impacto, de manera refleja e inconsciente, mi cuerpo se preparó para ello. ¿Una inteligencia superior a mi decidió que aún no me había llegado la hora? El viaje no había terminado, al contrario. El periplo continuaba y ese preciso momento entraba en una nueva fase: hacerse adulto.
Es tu 21 cumpleaños, y además es Samhain, el día en que este mundo se solapa con el otro. Es lo que estabas pidiendo, ¿no? Bienvenido a la siguiente fase. En esto consiste ser adulto, en hacerte responsable de tu vida sin huir de tus responsabilidades.
Obviamente, no sabía nada de esto en aquel preciso instante. En ese momento, Javi y yo no éramos más que dos piltrafas humanas, dos maltrechos cuerpecillos atrapados en un amasijo de metal. En medio de una calle llena de escombros.
Todo está en silencio. En ese momento no hay nada; desaparecen el tiempo y el espacio. No sabemos lo que ha sucedido. No sé cómo me sacan del coche y me meten en una ambulancia. ¿Me ingresan y comienzan a explorarme? Voy poco a poco recuperando el sentido. No obstante, estoy tumbado en la camilla, inmóvil, así que apenas me entero de lo que me hacen. No tengo más remedio que entregarme a la experiencia y confiar. En principio creo que mi cuerpo está entero, no estoy seguro. Vagamente lo siento. ¿Acaso me han dopado para que no tenga dolor? Las horas van pasando, la noche se va y da paso al día. Mientras, siguen con todo tipo de pruebas. Me preguntan si quiero avisar a mi familia de lo sucedido. Les digo que sí, que quiero hablar con mis padres. Marcan el número y me pasan el teléfono. Les digo que estoy en el hospital pues he tenido un accidente. Joder, qué putada les estoy haciendo. Malditas responsabilidades de la vida de adulto.
¿Qué ha pasado? ¿Cuál es el diagnóstico? ¿Sabemos el alcance que ha tenido el impacto en nuestros cuerpos? Aparentemente, hemos tenido suerte. Nuestra vida no está en peligro, lo cual es mucho dado lo potente de la colisión. Y parece que yo me he llevado la peor parte.
En el choque, la ventana del lado copiloto había estallado, haciendo que un trozo de cristal se me clavara en la mejilla derecha. La herida es profunda, así que llaman al cirujano plástico para que me arregle el estropicio y me cosa la cara. A ver si no ha afectado a ningún nervio importante. Vamos a cruzar los dedos. De todas formas, he sido muy afortunado. Unos centímetros más arriba y se lleva el ojo.
El lado derecho se ha llevado la peor parte, está claro. La rodilla absorbió el impacto y está destrozada. El hueso de la rótula, como el cristal de la ventana, se ha roto en varios pedazos. Hay que operar esto también, no queda otra. Al día siguiente, me intervienen para ponerme un cerclaje, o sea, unos alambres metálicos para tratar de unir las partes fragmentadas del hueso rotuliano. La intervención en principio sale bien. Lo que sucede es que se produce una gran inflamación posterior. La rodilla está hinchadísima y el dolor es tremendo. Prueban a ponerme un drenaje, pero éste se atasca y no supura. La cosa se complica durante varios días. Ay, la rodilla, qué guerra está dando… ¿Me estaba avisando de que me fuera preparando para lo que me iba a venir? ¿Cómo iba a saberlo en ese momento?
Aquellos día en el hospital recibo muchas visitas de gente querida que, dadas mis circunstancias, no soy capaz de valorar y agradecer. A base de calmantes, sobrellevo el dolor como puedo. Parece que poco a poco la inflamación va cediendo. La evolución es favorable, y a los diez días de haber ingresado, me dan el alta. Me ponen una férula en la pierna, la cual tengo que llevar cuarenta días. Ya no se usa la escayola, ahora se utilizan férulas que mantienen la rigidez y se pueden quitar y poner fácilmente. Cuando trato de incorporarme, me mareo con sólo ponerme de pie. Me cuesta hacerme a esto de llevar muletas. ¿Y qué más? Regreso a casa con una mezcla de sensaciones. Agradecido y al mismo tiempo con incertidumbre sobre mi recuperación. Pronto empezaré con la rehabilitación de la rodilla. El cerclaje, los alambres, me lo van a retirar a los seis meses. Y en cuanto a la brecha de la cara, en unos días me van a quitar los puntos. ¿Y qué más?
Nada más.
¿Ya está? ¿Eso es todo?
Ay, la que me esperaba. Qué iluso fui al pensar que eso era todo…
Seguimos con el relato. Tal y como habíamos acordado, a las pocas semanas empecé con la rehabilitación de la pierna accidentada. Iba todos los días, decidido a recuperarme del todo. Con la ayuda del equipo de fisioterapeutas, trabajábamos en desarrollar la masa muscular y en recobrar la flexión. Al principio parecía que la cosa iba bien, pero en realidad era una ilusión inicial. Las adherencias que se habían formado en la articulación impedían la flexión. No había manera de doblar esa rodilla, y el problema era que el dolor que aquello me generaba era insoportable.
A los seis meses me operaron para retirarme el cerclaje. Iluso de mí, pensaba que quizá los alambres eran la causa que me imposibilitaba doblar la pierna. En absoluto. Seguía con los mismos ejercicios, con las mismas tareas. Pero nada. Ahí es cuando la mente hiperpensante y neurótica empezó a hacer de las suyas.
Admito que soy una persona que normalmente le da muchas vueltas a todo. De pequeño era muy retraído, paradillo y con una cierta tendencia hacia los pensamientos obsesivos. Éstos me han ido acompañando a lo largo de los años, haciendo su aparición en momentos especialmente complicados. ¿Quién no ha vivido situaciones difíciles? El problema era que ésta se estaba alargando en el tiempo sin aparente solución. La suma del dolor que sufría cada día en la rehabilitación, junto con los nulos avances en cuanto a recuperar la flexión, me hizo caer en un pozo de desesperación. Era incapaz de aceptar que me había quedado cojo. Incapaz de aceptar mi cojera y profundo dolor que sentía.
Al ver que la cosa no funcionaba, en la consulta de traumatología me propusieron hacer una movilización forzosa bajo anestesia. Háganme lo que sea, pero háganme algo, por favor. En ese momento hubiera aceptado cualquier cosa. Así pues, me bajaron al quirófano, me pincharon la anestesia epidural y a los pocos minutos comenzaron a doblarme la rodilla bruscamente. ¿Y bien? ¿Quieres saber cómo se dio la cosa? Aquello fue un completo desastre. No sirvió para nada. La anestesia no había hecho efecto y el dolor fue indescriptible, lo cual me hundió más en el pozo de desesperación en el que ya estaba. Aquello me sobrepasó. Sumido en la desesperación, aparecieron los pensamientos más oscuros. La idea de acabar con todo rondaba mi mente y lo hacía cada vez con mayor frecuencia. El problema es que me sentía culpable y era incapaz de expresárselo a nadie. Después de todo, ¿quién era yo para quejarme, con lo mal que estaba el mundo?
Hay momentos en los que lo único que puedes hacer es entregarte. Soltarlo todo y confiar en la vida. Pedir ayuda es el acto más valiente que podemos hacer. En la vulnerabilidad se encuentra nuestra mayor fuerza.
En un momento de lucidez, solté el orgullo y la vergüenza, y me entregué. Hablé con mis padres, les expresé mi profundo sufrimiento. Aquello les conmovió y les preocupó. Así que me ayudaron a pedir ayuda profesional. Buscamos un psiquiatra en las páginas amarillas, arreglamos cita, y allí fui, acompañado por mi padre.
Me vino bien acudir a la consulta, me sentí escuchado y pude llorar. Estuve yendo unas cuantas sesiones, las cuales despertaron mi curiosidad. Me propuso tomar medicación, lo cual amablemente decliné. No quería engancharme a los psicofármacos. En lugar de eso, decidí que quería saber más sobre la mente, mi mente. Quería desentrañar los misterios de la psique, saber por qué razón me había llevado a ese lugar tan oscuro.
Así que decidí que iba a estudiar psicología. En Pamplona no se ofrecía la carrera de manera presencial, por lo que me fui a informar a la UNED, la universidad a distancia. Me convenció lo que me contaron, así que hice la inscripción. Estaba decidido a probar. Al mismo tiempo que iniciaba este nuevo camino, se me abría una puerta para mi recuperación.
Nos habían recomendado expresamente un traumatólogo especialista en rodillas: el doctor Rey. Fui a su consulta y tras escuchar mi caso, lo primero que hizo, fue enviarme a que me hicieran una resonancia magnética. Este hecho no sería sorprendente, si no fuera porque en todo el año que estuve en seguimiento en la consulta de la sanidad pública, nunca me hicieron una. A parir de ahí, y tras ver el resultado de la resonancia, este hombre nos propuso que lo mejor era llevar a cabo una intervención para cortar la adherencias que se habían formado y que impedían que doblara la pierna. Por supuesto, acepté. ¿Cómo es que nadie me lo había sugerido antes? ¿Acaso era una operación complicadísima? En absoluto. De hecho, la intervención salió bien y poco a poco fui recuperando la movilidad en la rodilla. Así pues, puedo decir que este hombre me salvó la vida. ¡Muchas gracias, doctor, eres el REY!
Con esto, no pretendo criticar a la sanidad pública. Al contrario, doy las gracias porque siempre me han atendido a mi y a mi familia. Yo mismo he sido parte profesional de ella durante muchos años. Entiendo también que todo lo que viví era parte de mi proceso personal. Aprender a perdonar es fundamental, por eso doy las gracias a todas las personas que me atendieron. Desde el principio. Eso sí, desde aquí, mi consejo es que ante una situación delicada, busques todas las alternativas que quieras. Si algo no te convence, pide una segunda o una tercera opinión. Siempre está la posibilidad de elegir y de empezar de nuevo. Lo fundamental es confiar en ti. Eres lo más importante que tienes.
Esta es la mejor moraleja que se le puede poner a esta particular fábula.
Hasta aquí, la historia de un renacimiento. El relato personalizado de que siempre se puede empezar de nuevo. Como el legendario ave Fénix nos muestra, siempre es posible renacer de nuestras cenizas. Y hoy es un buen día para tenerlo presente. Aquel 1 del 11 de 2003, morí y renací. Una parte de mí, la que ya no era, se quedó allí. Aunque me ha llevado años comprenderlo, ese día se inició la transformación que me ha llevado a ser lo que soy. 21 años después, observo cómo ahí comenzó una nueva parte de mi vida. Por eso, hoy más que nunca tengo razones para celebrar este Samhain. En estos 21 años que han transcurrido desde aquel día, ha habido un largo camino que sigo recorriendo. ¿Ha sido un camino de rosas? ¿Los pensamientos obsesivos han regresado? Cada paso hacia la consciencia me ha enseñado algo nuevo, así que en ese sentido, también tengo que darle las gracias a mi sufrimiento, pues me ha mostrado todo un mundo que nunca hubiera imaginado que existía. Hoy abrazo y acepto mis noches oscura del alma. Abrazo y acepto mis crisis, pues me han llevado al encuentro con el Ser. En esencia, me han llevado al amor. Y eso es lo más grande que existe, en mi humilde opinión.
Hoy doy gracias por todo lo sucedido. Gracias, Javi, por llevarme a vivir una experiencia que aunque el ego rechazaba, el ser estaba pidiendo. Hoy puedo ver que todo tuvo sentido, puedo ver que más allá del sufrimiento, soy mucho más de lo que mi mente piensa. Puedo ver que no soy mis pensamientos, por eso os doy gracias, familia, amigos y todas las personas que me apoyasteis. Hoy puedo hablar de ello sin esconderme, 21 años después. Escribir todo esto es una manera de honrar lo sucedido, de aceptarlo y de darle el espacio necesario. En este Samhain, agradezco y honro a quienes me dieron la vida. Agradezco y honro a mis ancestros y ancestras, y danzo con mis difuntos. Siento el amor y acepto que todo fue perfecto, que no podía ser de otra manera.
Y ya sólo me queda darte las gracias por llegar hasta aquí. Ya sólo me queda darte las gracias por Ser, y desearte un próspero encuentro con la oscuridad. Ya me contarás qué tal va el renacer de las cenizas.
Feliz nuevo ciclo. Feliz Samhain. Feliz uno de noviembre.