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Perdóname antes de empezar, soy engreído…

Sí, soy engreído. Y lo soy porque a veces olvido cosas, Mamá. Olvido que mi vida ha sido mucho más fácil que la tuya; olvido las comodidades que he disfrutado gracias a ti; olvido todo aquello que me has dado, y todo aquello que has hecho por mí. A veces lo olvido, y en verdad es algo que nunca podré agradecerte suficientemente. ¿Cómo poder hacerlo? Creo que ni en cien vidas seria capaz. Así que espero que estas líneas sirvan un poco.

Empezaré diciendo que quiero experimentar el Amor. Así pues, lo mejor que puedo hacer en este día es darte las gracias, Mamá. Quiero darte las gracias por estar siempre ahí. Quiero darte las gracias por ser como eres. Gracias por haber dado la vida por mí. Hoy, por fin, soy capaz de valorarlo, agradecerlo y expresarlo abiertamente.

Es verdad. De pequeño era una personita reprimida, encerrado en una rígida coraza, aparentando que todo iba bien. La mayoría de las veces era incapaz de atreverme a explorar los misterios de la vida. Era un niño muy tímido, ya lo sabes. Paradillo, retraído, lleno de miedos e inseguridades. Únicamente, en mi mundo interior me sentía libre, y mi cuarto era el único lugar en el que me sentía seguro. Allí, entre mis juguetes y mis dibujos, soñaba con aventuras que era incapaz de llevar a cabo en la vida real. El mundo exterior era un lugar peligroso, como si estuviera continuamente burlándose de mí. Por eso, tú eras la única persona en la que confiaba plenamente. Eras la única persona que me ofrecía el cariño y la seguridad que yo necesitaba. Eras mi baluarte, un faro de luz en medio de la oscuridad.

Gracias a que nunca me has juzgado y siempre me has apoyado en todo, las cosas han ido cambiando y hoy veo la vida de otro modo. Hoy puedo ver que todo aquello tuvo sentido, y que todo pasó por algo y para algo. Si no hubiera vivido encerrado en una cueva, seguramente hoy no seria capaz de valorar lo que supone salir al mundo, respirar aire puro y ver la luz. Es verdad que sigo teniendo vergüenza y miedo escénico. Aún me tiemblan las piernas cuando tengo que hablar en público o cuando quiero decirle a una mujer que me siento atraído por ella. Sigo sintiendo que se me acelera el pulso y se me seca la garganta. No obstante, a día de hoy soy capaz de observar ese miedo. Soy capaz de verlo, sin reaccionar, sin salir corriendo. Lo cual es mucho para mí. Afortunadamente, con el tiempo he podido cortar las cadenas que me ataban a ti y volar libre, Mamá. He podido aceptar que las cosas fueron como tenían que ser, y que tú y quienes te precedieron hicisteis lo que pudisteis de la mejor manera posible. Desde ese tomaros, desde ese tomarte tal y como eres, acepto y honro tu estirpe. Vuestra energía fluye a través de mí, y yo acepto y honro la vida tal y como es.

En este día, elijo experimentar el Amor. Por eso hoy puedo valorar todo lo que hiciste, Mamá. Puedo valorar y agradecer el enorme sacrificio que has hecho por tus seres queridos, entregándote de manera incondicional a la hora de criar a tu propia familia. Hoy puedo valorar el cuidado que siempre has puesto en que mis hermanos y yo estuviéramos bien atendidos y no nos faltara nunca de nada. Y todo ello lo has hecho y lo haces siempre con una sonrisa en el rostro, viendo en todo momento el lado positivo de las cosas, y confiando en la vida. ¡Eso sí que es empoderamiento! Desde luego, hoy valoro más que nunca tu sentido del humor, tu humanidad, tu simpatía, tu sencillez y tu humildad. Sin lugar a dudas, eres la mejor «coach” que existe. Hoy lo valoro y lo agradezco. 

Quiero que sepas que también valoro y agradezco mucho tu origen rural. Valoro y agradezco que Papá y tú seáis de Aguilar. Valoro y agradezco mucho que nos hayáis transmitido esa conexión con las antiguas costumbres, ligadas a la tierra. Desde luego que la Sierra de Codés es un pequeño paraíso terrenal situado en el oeste de Navarra. Ya puestos, añadiré que me lo pasé genial el otro día en Aguilar. Hacía meses que no iba, y en verdad me vino genial. Fue especial todo lo acontecido, como ir con el tío Félix al almacén.  Allí, paseando entre el tractor y los aperos, y junto a las gallinas, me sentía emocionado. Me venían toda clase de recuerdos de la infancia en los que el campo y la cosecha estaban presentes. Desde allí, miraba hacia la Sierra y me sentía muy afortunado. El paisaje era espectacular, como siempre. Después, comiendo en casa, era como si nada hubiera cambiado: la mesa redonda, en la cocina, para cuando estamos poca gente; afuera, el gran comedor. Lugares llenos de vivencias. Recuerdo, por ejemplo, cuando éramos pequeños y todavía no había calefacción. Aquellas frías noches de invierno, en las que había que hacer uso de los “besugos”. Sí, esos cantos de piedra calentados al fuego que nos llevábamos a la cama para entibiar el cuerpo. Tecnología cien por ciento sostenible. También recuerdo la presencia del ganado porcino en la planta baja, y la impresión que me causaban los ejemplares más grandes. ¡Algunas cerdas eran gigantescas! Ahora en su lugar tenemos un fabuloso txoko donde nos podemos juntar y celebrar en familia. Unas celebraciones donde tú y tus hermanos nos contáis tantas historias acaecidas en vuestra casa, en el lugar que os vio nacer, donde la abuela Isabel y el abuelo Félix os criaron y crearon un Hogar. Y de la misma manera, lo hicieron quienes les precedieron, y así sucesivamente, retrocediendo hasta remontarnos al momento de la construcción de la casa, hace cinco siglos. Cuando me paro a pensarlo me parece alucinante. Y ahí continúa, presente en medio de la calle Mayor de Aguilar, testigo del paso de los años. En su fachada, las cadenas con los calderos del escudo de la familia Alcoz anuncian a cualquiera que pase por ahí que ésa es la casa de una familia unida. Y eso no tiene precio.

Así que termino esta carta agradeciéndotelo todo, Mamá. Gracias por tantas vivencias y tan buenos recuerdos en familia. Gracias por tu entrega, tu saber, tu amor, tu nobleza, tu belleza, tu generosidad y tu humildad. Y doy las gracias al destino, la vida, el karma, Dios… lo que sea que haya hecho que Tú seas mi Madre y yo tu hijo. Obviamente, sin ti, nada de esto hubiera sido posible. Así pues, con mucha emoción, te doy las gracias, Mamá. ¡Sin lugar a dudas eres la Mejor Madre del Mundo, Doña María Palmira Martínez de San Vicente Alcoz! Muchas gracias por apoyarme siempre en lo que hago. La vida pasa a través de ti y de quienes te precedieron hasta llegar a mí. Así pues, en tu honor y en el de tus padres, la viviré plenamente. Con esplendor y gloria.

Gracias. Gracias. Gracias.

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Esta entrada tiene un comentario

  1. María

    Preciosa, sencilla, íntima y conmovedora carta de amor y reconocimiento a Palmira. Palabras que te salen del alma y me evocan admiración y una gran ternura, Sergio. Qué manera tan bonita de expresar tu reconocimiento, agradecimiento, de mostrarnos la realidad y fortaleza de esos lazos mágicos, para toda la vida, que se van forjando desde la más tierna infancia una madre amorosa y su hijo.

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