¡Es el ambiente, estúpido!
Este es el provocador título del segundo capítulo del libro “La biología de la creencia”, cuyo autor es el doctor en biología Bruce H. Lipton.
En realidad, esta chocante soflama trata de parafrasear el famoso eslogan del partido demócrata en las elecciones presidenciales estadounidenses de 1992: ¡Es la economía, estúpido! Parece ser que les hizo tanta gracia dentro del propio partido que a base de repetirla, la frase se hizo “viral”. No sabemos el impacto que tuvo entre la población a la hora de elegir su voto, pero a la vista está que le trajo buena suerte a Bill Clinton. Como sabemos, ganó los comicios y se convirtió en presidente de la nación venciendo a George Bush padre.
Dejando la política yanqui y sus anécdotas a un lado, vamos a centrarnos en el citado libro y en su segundo capítulo: ¡Es el ambiente, estúpido! En realidad no es que Bruce Lipton nos esté insultando, sino que está hablándose a sí mismo. Está tratando de recordar el sabio consejo que le había dado su profesor de tesis mientras llevaba a cabo sus investigaciones: “cuando las células que estás estudiando comienzan a enfermar, hay que buscar la causa en el entorno en primer lugar, no en la célula en sí misma”. Ahí está la explicación: el entorno en primer lugar, o sea, el ambiente.
“La biología de la creencia” es un libro muy particular, lleno de chascarrillos y divertidas anécdotas. Pero es mucho más que eso, por lo que te animo a que lo leas. Da igual si te van o no las ciencias naturales. Con fina ironía y gran perspicacia, su autor nos va contando acerca de su periplo vital, que le llevó inicialmente a ser estudiante, y después, profesor de biología. Como cuenta en sus casi 300 páginas, su propio recorrido personal fue paralelo a sus asombrosos descubrimientos. De hecho, desde la primera vez que miró por un microscopio, en la tierna edad de siete años, hasta que fue capaz de expresar públicamente que la biología académica estaba equivocada, pasaron unos cuantos años (más de cincuenta).
¿Cómo? ¿Has dicho que la biología académica está equivocada? ¡Pero cómo te atreves!
Vamos por partes. Situémonos en el momento en el que Lipton experimentó una epifanía científica (un momento eureka) en medio de una noche de insomnio en una remota isla del Caribe. Tenía 40 años y era profesor en la facultad de medicina de Montserrat, un diminuto territorio británico al sureste de Puerto Rico. Allí, sus propios alumnos le habían demostrado que se puede cambiar el rumbo de una vida cambiando los pensamientos. ¿Y qué tiene esto que ver con la biología académica?, te estarás preguntando. En verdad todo: las células funcionan igual que las personas. ¡Ajá! Pueden florecer y desarrollarse, o marchitarse y echarse a perder; todo depende del ambiente en el que se encuentren. Pero esto lo vamos a desarrollar con calma, “deeespaaacito”, como en el Caribe. El asunto es que, a partir de ese momento, Lipton sintió el impulso de dar a conocer todo cuanto había descubierto a lo largo de su carrera. Lo que pasa es que necesitaba ordenar sus ideas antes de proclamarlas al mundo, por eso, necesitó otros 20 años más. Primero, tenía que escribir de manera organizada y clara lo que albergaba su mente; después, tenía que encontrar a las personas adecuadas que le ayudarían a publicarlo; y finalmente, debía reunir el coraje suficiente para hacerlo.
Efectivamente, este libro, publicado por primera vez en 2005, es el resultado de toda una vida de trabajo e investigación. En él, su autor cuenta cómo tomó consciencia de que, contradiciendo el dogma central de la biología, nuestros genes no controlan nuestra vida. Por contra, son nuestros pensamientos y nuestra interacción con el medio ambiente quienes moldean la creación de nuestras proteínas, y por tanto, controlan nuestra vida. Desde entonces, Lipton se dedica en cuerpo y alma a compartirlo a los cuatro vientos.
Por supuesto, si no lo has hecho ya, mi recomendación es que te leas el libro. Te animo a ello. Si no te es posible, o no puedes esperar, estás de suerte, ya que, con tremenda osadía, voy a tratar de hacer un pequeño resumen de la obra. Más que nada, para que nos podamos entender. Creo que es importante. Vamos a ver si lo consigo.
Para ello, nos situaremos a finales de los años 60 del pasado siglo. Lipton, siendo un joven investigador de postgrado, descubrió algo muy interesante en sus experimentos con células. Observó que, al contrario de lo que se daba por sentado en aquella época, el núcleo de una célula no es la parte más importante de ésta. Esto es algo de suma importancia. Recordemos que una célula es la unidad morfológica y funcional de todo ser vivo. La célula es el organismo primario, primigenio, a partir del cual se desarrolla toda la gran variedad de especies de seres vivos en nuestro planeta. Como sabemos, existen especies de seres vivos compuestos por una sola célula (organismos unicelulares), y existen especies de seres vivos compuestos por varias células, desde unas pocas, hasta billones de ellas (organismos pluricelulares, como es nuestro caso, el de la especie humana). Así pues, estudiar la célula es básico para estudiar la propia vida en la Tierra.
Bien. Como decíamos, al contrario de lo que se pensaba, Lipton descubrió que el núcleo no es el orgánulo principal de la célula. Para demostrarlo, extraía el núcleo de las células y sorprendentemente observaba que éstas eran capaces de vivir durante semanas. Evidentemente, acababan muriendo porque, al no poseer material genético, no podían reemplazar las proteínas defectuosas. Sin embargo, a lo largo de las semanas que seguían vivas, mostraban comportamientos vitales complejos y coordinados. De hecho, lo único que las células no podían hacer es reproducirse. Esto le llevó a la conclusión de que es la membrana celular, y no el núcleo, el principal orgánulo de la célula. Tal cual. Evidentemente, la membrana es la encargada de regular la relación de la propia célula con el medio ambiente en el que vive. En efecto, regula la entrada de nutrientes y la salida de desechos, y controla lo que sucede tanto fuera como dentro de la célula. En ese sentido, la membrana es algo así como los órganos de los sentidos de una persona, incluyendo también aquí aquello que regula las sensaciones y las emociones. Es decir, se puede decir que la membrana es a la célula, lo que el sistema nervioso es a un organismo complejo. Así pues, siguiendo con el paralelismo, el núcleo de la célula sería tan sólo su aparato reproductor, mientras que la membrana, sería su cerebro y sistema nervioso. Tal es la importancia de la membrana celular.
No obstante, este hombre no se quedó ahí y siguió adelante con sus investigaciones. Centró su mirada en la manera en que los genes codifican las proteínas. Como sabemos, las proteínas son las moléculas orgánicas principales, el componente más importante de los organismos vivos. Son la esencia de la vida misma, y quien controla las proteínas, lo controla todo. ¿Y quién las controla? El asunto es que las proteínas se crean a partir de las indicaciones del ADN, o sea el material genético. Por eso, se daba por hecho que era el ADN quien controlaba la vida. Éste era el dogma central de la biología. Hasta que llegó Lipton.
Ahora vamos a hilar fino. El núcleo celular contiene, además de ADN, proteínas reguladoras. Lo interesante es que son estas proteínas las que controlan la actividad genética, o sea, la manera en que se expresa el ADN. ¿Y quién controla a estas proteínas? Pues son las señales ambientales. Estas señales modifican la unión de las proteínas al ADN, por tanto, son ellas las que controlan la actividad genética. Para demostrarlo, Lipton llevó a cabo interesantísimos experimentos con células madre. Un inciso aquí. Recordemos que las células madre se llaman así porque tienen el potencial de convertirse en cualquier célula especializada. Además tienen la particularidad de que en las placas Petri se dividen cada diez horas. Por si te suena raro, decirte que estas placas son recipientes discoidales con un medio de cultivo en su interior, donde las células pueden nutrirse y desarrollarse (seguro que ahora tienes la imagen de una de ellas, ¿a que sí?). Bueno, dicho esto, sigamos. Al cabo de unas semanas de continuas divisiones en las placas Petri, Lipton poseía miles de células madre, siendo todas idénticas. Entonces colocó algunas de ellas en otra placa con otro medio, o sea, cambiando el entorno. Modificando la química del medio, las células madre se desarrollaron de forma que dieron lugar a células musculares (miocitos). Después, tomó otras de la primera placa y las puso en otro entorno diferente, dando como resultado células de hueso (osteocitos). De nuevo, depositó otras células madre de la primera placa y cambió el entorno, dando lugar a adipocitos, o sea células de grasa. Todas ellas eran inicialmente células madre iguales, de la misma placa Petri. Lo único diferente era el entorno. Al cambiar el medio ambiental en las placas Petri, su expresión genética y por tanto sus proteínas cambiaron, dando lugar a diferentes tipos de células (músculo, hueso y grasa). Tal es el efecto de las influencias ambientales en las células madre. Queda claro pues que es el entorno el que controla la vida. Por cierto, no me quiero extender aquí, no es el propósito, pero me parece importante dedicar unas palabras a los telómeros y la telomerasa. Ésta es una enzima relacionada con los procesos de envejecimiento celular, que ayuda a las células a mantenerse vivas al agregar ADN a los telómeros (los extremos de los cromosomas). Diversas investigaciones han demostrado que un estilo de vida saludable mejora la producción de esta enzima, o sea, han demostrado que tenemos control sobre la producción de la telomerasa en nuestro cuerpo. Lo cual nos llevaría de nuevo a la comprobación de que en efecto es posible modificar nuestros genes.
Llegado este punto es donde surgió una nueva ciencia: la epigenética. Epi significa “sobre, o por encima de” en griego. Es decir, esta ciencia estudia aquellos factores que afectan a los genes, investigando hasta qué punto tenemos control sobre nuestros genes. De la misma manera que una célula madre desarrolla unas proteínas diferentes en función del medio en el que se encuentre, ¿podemos preguntarnos hasta qué punto los seres complejos tenemos control sobre nuestros genes? Si una célula madre lo hace, ¿es posible que los seres complejos tengamos la posibilidad de cambiar nuestras vidas si se producen cambios en nuestro entorno? Las investigaciones muestran que las influencias medioambientales, entre las que se incluyen la nutrición, el estrés y las emociones, tienen un gran impacto en la formación de proteínas. Y de hecho, estos cambios se transmiten a las futuras generaciones, o sea, se heredan. Así pues, podemos concluir que la influencia medioambiental (el estilo de vida que llevamos) modifica nuestros genes. Ahí esta el fundamento de la epigenética. He ahí el nuevo paradigma: del “control del ADN”, pasamos a la “supremacía del entorno”. ¡Es el ambiente, cariño mío!
Si sueles leer este blog, tal vez recuerdes un post titulado «Los lirios del campo». En él, hablaba, entre otras cosas, de cómo los traumas modifican los genes de quienes los sufren, y cómo estos cambios se transmiten a través de las generaciones. Déjame que recupere un extracto de aquel post, pues creo que viene a colación de lo que hablamos aquí:
En su libro “Este dolor no es mío” (It didn’t start with you), Mark Wolynn nos cuenta algo muy interesante. Resulta que en la Universidad de Zurich han hecho experimentos transgeneracionales con ratones, y han demostrado que las experiencias vividas pueden transmitirse de generación en generación a través de los genes. ¿Cómo? ¿También las experiencias vividas? Atiende.
Se hizo de la siguiente manera. Traumatizaron a un grupo de ratones y analizaron las dos generaciones siguientes. Separaron de sus madres a una camada de ratones recién nacidos aleatoriamente. Todos los días, durante dos semanas, los ratoncitos bebés fueron alejados de sus madres durante tres horas. Esta situación resulta extremadamente estresante para estos roedores. De hecho, el comportamiento errático y ciertos signos de depresión evidenciaron el daño: los ratones que habían sido traumatizados eran imprudentes y vagaban en espacios abiertos y luminosos, algo que normalmente evitarían por ser una situación de riesgo.
En una segunda etapa del experimento, los machos de las camadas traumatizadas engendraron crías que mostraron comportamientos anormales similares a los de sus padres, a pesar de que nunca habían experimentado tal trauma. Los niveles de insulina y de glucosa en sangre de esas crías eran también más bajos que en los ratones normales, lo que se considera un síntoma de estrés. La siguiente generación, es decir la de los nietos de los ratones estresados, también mostró comportamientos anormales. A pesar de no haber tenido problemas de crecimiento, el daño provocado a estos ratones se extendió a tres generaciones.
¿Qué te parece? Interesante, ¿no? ¿Parece que la ciencia va abriéndose a nuevas perspectivas? Esperemos que sí. Esperemos que la sociedad tome consciencia de la importancia del entorno, más allá de lo que dictan nuestros genes. Tal vez esto nos haga salir de la posición de víctimas para tomar la responsabilidad de crear la vida que deseamos.
Volviendo al transcendental trabajo de Lipton, además de poner en duda el dogma central de la biología en cuanto a la importancia de los genes, también cuestiona los mecanismos que llevan a las especies a evolucionar. Llegó a un punto en el que se hizo la siguiente pregunta: ¿Tal vez haya que revisar el dogma evolucionista de Darwin y su idea central de “la lucha por la supervivencia”? ¿Qué nos dicen las células al respecto? Si tenemos en cuenta que todo ser vivo está compuesto por células, ya sea una (organismo unicelular), ya sean billones (organismo pluricelular), ¿podemos observar la teoría de la evolución de las especies bajo un nuevo paradigma? En realidad no es algo descabellado. Y tiene sentido, si lo piensas bien. Si son las señales ambientales las que influyen en nuestros genes y determinan nuestras vidas, tal vez el denostado evolucionista Jean Baptiste Lamarck tuviera algo de razón. Si podemos afectar a nuestros genes, eso quiere decir que la transmisión de éstos, y por tanto, la evolución, no es una cuestión aleatoria (ya lo dijo Einstein: “Dios no juega a los dados con el Universo”). Si podemos modificar nuestros genes, eso significa que la lucha por la supervivencia no es el hecho fundamental para hacer avanzar a la vida. Si son las señales ambientales y su relación con ellas las que determinan la evolución de las especies, tal y como proponía Lamarck décadas antes que el propio Darwin, podremos ver el sentido de la vida desde una perspectiva diferente. No desde las garras ensangrentadas y la competición atroz, sino desde la cooperación. Si puedo interferir en mis propios genes a través de la manera en que me relaciono con el medio ambiente, ya no necesito competir contra mis semejantes para sobrevivir; lo único que tengo que hacer es cooperar. Efectivamente, la cooperación es la base de la evolución: las células, cómo no, lo llevan haciendo miles de millones de años. Lipton acierta de nuevo al afirmar que no es la lucha, sino la cooperación, lo que hace evolucionar la vida.
Es fundamental tener esto en cuenta. La vida de las futuras generaciones depende de ello. La paz y el amor son fundamentales si queremos sobrevivir y evolucionar. Como puedes ver, esto no son proclamas hippies. Esto es ciencia, biología celular y evolutiva. Es más, la física cuántica nos puede echar una mano llegado este punto. Desde hace un siglo se sabe que los átomos están vacíos, y que las particular subatómicas se pueden comportar también como ondas de energía. Así pues, todo es energía en vibración. Por mucho que a nuestra mente racional le cueste entenderlo, somos energía. Nuestros cuerpos son emisores y receptores de energía. Nuestras palabras, así como nuestros pensamientos, son energía. Por eso es fundamental observarnos: ¿Cómo me hablo? ¿Cómo hablo a los demás? ¿Cómo hablo a mis hijos? La invitación por tanto es a hacer un ejercicio de introspección si queremos ayudar las nuevas generaciones. Apaguemos la tele y miremos en nuestro interior. Ahí es donde están todas las respuestas. Efectivamente, aquí es donde la ciencia y el espíritu se dan la mano. En nuestras manos está el crear un mundo mejor.
Y hasta aquí el resumen del libro. ¿Cómo lo ves? ¿He sido capaz de despertarte un cierto interés? En cualquier caso, insisto, lo mejor es que acudas a la obra y bebas de la fuente original.
En mi caso, cuando el libro llegó a mis manos, lo leí del tirón. Al ir pasando cada página, me iba sorprendiendo más y más. Conforme avanzaba en su lectura, mi mente se hacía añicos, hasta el punto de experimentar un orgasmo cósmico, ¡puro éxtasis! Me pareció que era el manifiesto definitivo, la solución a todos los enigmas, ¡el fin de la dualidad ciencia-espíritu! Una obra maestra, vamos. ¿Cómo era posible que este hombre no saliera en los periódicos ni le hubieran dado el premio Nobel? En mi opinión, estábamos ante un revolucionario Genio de la ciencia, el Albert Einstein del siglo XXI.
A veces me pasan estas cosas. Me vengo muy arriba, experimentando un pico de extrema emoción. Y luego todo vuelve a su ser. Es la famosa curva de Gauss, que también se aplica a aspectos de la conducta humana. Incluida, por supuesto, la mía. Una vez se calmó toda esa excitación, fui consciente de que tal vez el mundo no estaba preparado para aceptar lo que se decía en este libro. ¿La ciencia, en su afán de desligarse de la religión, era incapaz de integrar a la espiritualidad en la ecuación? Como hiciera la Iglesia antaño, ¿ahora la ciencia se mostraba incapaz de abrirse a nuevas perspectivas? ¿Tal era el nivel de rigidez y cerrazón? En ese momento, comprendí que aceptar las tesis de Lipton suponía, entre otras cosas, dar validez al trabajo del Dr Hamer. Entendí que aceptar las tesis de Lipton, supone abrirse a la idea de que no hay separación entre mente, emoción y materia. Y eso es algo que la poderosa industria farmacéutica nunca aceptará. Evidentemente, el negocio de las “drogas legales” necesita que sigamos teniendo creencias limitantes; necesita que creamos que siempre necesitaremos fármacos para curarnos. Sin embargo, en aquel momento, no perdí la esperanza. Al contrario. En un arranque de activismo, escribí unas cuantas cartas al diario local, hablando de todo esto. Para mi sorpresa, fueron publicadas. El problema es que el tono acusador que empleaba en ellas no hizo sino generarme “enemigos”, lo cual me llevó a verme envuelto en agrias polémicas. ¡Ouch! Tuve que hacer una pausa para reflexionar y ser consciente de que ése no era el camino a seguir. Como bien nos había enseñado Bruce, esto no va de luchar con garras ensangrentadas, sino de cooperar. Me tragué mi orgullo y me dediqué a continuar por el camino del autoconocimiento, confiando en que la vida me traería a la gente adecuada. Fue entonces cuando escuché la llamada de África. Y por mucho que quieras ignorarlo, ay, cuando recibes ese llamado, estás perdido. Por eso, abandoné un torpe intento de hacer carrera en el mundo académico, dejé la consulta que había abierto, y me fui a Camerún. Era fundamental seguir el ejemplo de las células. Allí, en la selva, pude vivenciar en mis carnes lo que antes había leído en este libro: lo más importante no es el individuo, sino la comunidad. En efecto, África me enseñó lo principal: olvídate de ti mismo si pretendes sobrevivir.
Con ese gran aprendizaje en mente, he tratado de continuar mi camino. A veces lo olvido, es verdad. Somos personas y cometemos errores. No obstante, siempre tenemos margen de mejora. Así pues, he tratado de recordármelo cada día:
Olvídate de ti. No eres tú. ¡Es el ambiente, “estúpido”!
Como observó Lipton, las células no dejan de enseñarnos. Por mi parte, he tratado de seguir su ejemplo, confiando en que lo importante es la comunidad, y confiando en que la vida es más sabia que cualquiera. Es como si continuamente estuviera recordándonoslo: “Suelta toda expectativa, confía y ten siempre presente que las personas adecuadas llegarán en el momento oportuno”.
Y así, tiempo después, llegó el día en que pude conocer en persona a Bruce Litpon. ¡Por fin! Quince años después de leer por primera vez su obra, la vida me ha hecho un gran regalo. Así que estoy muy agradecido. No es para menos. Recientemente he tenido el honor y el privilegio de asistir a un seminario suyo, así que voy a pasar a relatar las circunstancias que han rodeado este encuentro. ¿Me acompañas?
Resulta que hace unos cuantos meses, andaba yo ojeando internet, como de costumbre. Ya sabemos lo bien que nos conoce la red de redes, pues siempre nos surte de contenido relacionado con nuestras búsquedas previas. De pronto, algo captó mi atención. Se trataba de un anuncio de Younity. Por si no lo sabes, se trata de una plataforma dedicada al crecimiento personal, en la que se ofrecen diversas enseñanzas y propuestas relacionadas con este tema. El anuncio en cuestión versaba sobre un futuro seminario de Bruce Lipton en Barcelona. ¡Uau, estaría guay acudir! En ese momento, me hice una nota mental y la guardé. Unos días después, retomé el asunto y lo miré con calma. Efectivamente, venía a impartir un taller-conferencia el fin de semana del 9 y el 10 de noviembre en el Palau de Congresos de Barcelona. ¡El magnánimo y sublime autor de “La biología de la creencia”! ¿Es posible que vaya a venir a impartir un seminario? ¡A Barcelona! ¡A sólo cuatro horas de Pamplona! Me sentí como un groupie quinceañero ante la ilusión de ir al concierto de su artista favorito. Tengo que ir al evento,y me da igual ir solo o acompañando. Lo implorante es estar ahí. Guiado por una fuerza superior a mí, hice la reserva y pagué el importe de la entrada. El primer paso ya estaba dado. Lo demás ya se iría vislumbrando. ¡Vamoooos!
Curiosamente, al mismo tiempo que experimentaba esa tremenda emoción, observaba cómo hacía su aparición un viejo conocido. Es uno que suele aparecer sin avisar. Su nombre es “síndrome del impostor”. ¿Te suena? ¿Pero para qué vas a ir allí? Mi mente enjuiciadora trataba de sabotearme con todo tipo de pensamientos absurdos. ¿Y si no has pillado bien la entrada y luego no te dejan entrar? ¿Y si hay algún problema y se suspende? Además, ¿vas solo? ¿Qué vas a hacer allí solo y desamparado? Otra más de tus chifladuras…
Observando esas creencias limitantes, decidí ignorarlas, confiar y soltar expectativas. Iba a poner en practica aquello de seguir la sabiduría de las células y rendirme a la vida. Como recomendaba Bruce en sus charlas, iba a dejar el miedo a un lado, y abrirme al amor. Así es: “Hágase tu voluntad y no la mía”.
Los días siguientes se lo comenté a diversas personas, amistades que andan en el ámbito del crecimiento personal y que conocen a Lipton. Hubo buenos deseos y ánimos, pero finalmente nadie se unió a la expedición. Estaba claro pues que esta aventura tenía que acometerla en solitario. El siguiente paso, por tanto, era focalizarme en organizar mi estancia y mi desplazamiento allí.
Ante la cuestión de buscar el alojamiento, pensé en las amistades que tengo en la ciudad condal. Me da cierta vergüenza pedirlo, pero lo cierto es que la ocasión lo merecía. Hablé con mi amiga Estela, le conté mis planes, y ella me ofreció su casa sin dudarlo. ¡Uau, moltes gràcies! Qué afortunado soy de tener tu amistad. Estela es una mujer medicina, terapeuta y organizadora de encuentros sagrados. Además, también es fan de Bruce Litpon. O sea que todo cuadraba a las mil maravillas.
Parecía que las cosas se iba colocando. A continuación, me fui a la estación de tren a pillar el billete. La verdad es que me encanta ir a la estación, me hace especial ilusión ir allí a comprar el ticket ante un futuro viaje. Sé que lo puedo comprar por internet, desde el mismo teléfono, pero no es lo mismo. Ir allí, preguntar a la persona que está atendiendo, recibir el billete impreso… Es algo que me resulta muy emocionante. ¡A la vieja usanza!
Bueno, veamos. Ya tenía el viaje, ya tenía el alojamiento… ¿Qué más faltaba? Ganas, me sobraban. Iba tachando en el calendario los días que quedaban para el evento. Y por fin, llegó el momento de subirme al tren para iniciar este particular viaje. Había reservado con un par de días de antelación al evento, así que tendría tiempo para callejear por Barcelona. Sentí que era mejor ir sin prisas. “Deeespaaacito”, como en el Caribe.
El trayecto en tren transcurrió sin problemas, y me prometí a mi mismo que, pasara lo que pasase, no me iba a poner ninguna expectativa. Creo que es la mejor forma de viajar. Y con eso en mente, la ciudad condal me dio la bienvenida con un tiempo fabuloso. Qué bueno es esto de viajar haciendo este tipo de planes y teniendo amistades a las que visitar.
Como tenía libre la víspera del seminario, había quedado también con mi amiga Helena. Recuerdo que fui con tiempo a “Plaça Espanya”, donde habíamos quedado. Para mi sorpresa, me di cuenta de que estaba al lado del Palau de Congresos, el lugar en el que se iba a desarrollar el evento al día siguiente. Sentí curiosidad y me acerqué allí, pues aún tenía unos minutillos. Al llegar al Palau, comprobé que no había nadie de la organización del evento. Era algo obvio, por otra parte. Al ir a preguntar a un tipo que estaba en la puerta, me encontré casualmente con Mayte, una chica que para mi sorpresa iba a estar también en el seminario de Bruce. Supongo que fue una gran coincidencia, ¿no? ¿Eramos las únicas personas de todo el evento que se habían desplazado hasta allí la víspera? Alucinante. Estuvimos charlando un poco y la verdad es que me sentí muy agradecido de haber hecho amistad tan pronto. Este encuentro inesperado era un bonito regalo que estaba recibiendo y que me confirmaba que ya no iba a estar solo. Sé que esto puede sonar absurdo, pero para mi fue fundamental. Aún conservo algún pequeño remanente de fobia social. ¿Qué se le va a hacer? Bueno, prosigo con los acontecimientos. Mayte y yo nos despedimos hasta el día siguiente y entonces apareció mi amiga Helena, con quien había quedado allí mismo. ¿La magia iba haciendo su curso? En verdad me hizo mucha ilusión volver a verla. Helena y yo pasamos una jornada fabulosa, recorriendo el parque de Montjuic, la Fundació Joan Miró, la catedral gótica, el parque de la Ciutadella… ¡Moltes gràcies per tot, Helena! Todo fluía a las mil maravillas, y Barcelona no paraba de hacerme regalos. ¿Seguirían las cosas siendo así durante el seminario?
Al día siguiente, me levanté temprano, emocionado. Llegué justo cuando abrían las puertas al público, una hora antes del comienzo del evento. Había ya unas cuantas personas haciendo cola, así que mientras entraba la gente, conocí a Alejandro. Entablamos buena conversación mientras avanzábamos en la fila y entrábamos al Palau. En seguida, vi a Mayte, quien me presentó a su amiga Noelia. Y poco después se nos unieron Olga y Kenneth. Así, sin haberlo planeado, los encuentros se iban dando de manera fluida y la comunidad se iba generando. Mientras tanto, el Palau se iba llenando de gente y la emoción iba incrementándose. A las diez en punto nos dieron oficialmente la bienvenida y nos anunciaron que en breve íbamos a comenzar. Se notaba la expectación entre el respetable. Entonces apareció Vladimir Briceno, micrófono en mano, y cual maestro de ceremonias, hizo la presentación oficial de Bruce. Y ya por fin, el momento que todos esperábamos, llegó. Después de tantos meses de espera, y después de tantos años de admiración, mi sueño se hacía realidad en ese momento.
La entrada de Bruce Lipton en el escenario fue como la de las grandes celebridades. La gente se puso a aplaudir y a vitorear. No era para menos. Él correspondió saludando, lleno de simpatía, derrochando carisma. En verdad estábamos ante un Superstar.
“¡Hola amigos, buenos días! Lo siento, no hablo español”, dijo literalmente. “English, por favor? Thank you for being here”. Éstas fueron sus primeras palabras. Y a continuación pasó a hablar en su lengua materna.
De esta sencilla y divertida manera, dio comienzo el seminario. Bueno, ¿qué puedo contarte al respecto? Uf, no sé ni por dónde empezar. Te puedo decir que, a sus 80 años, Bruce Lipton es puro entusiasmo, pura vitalidad. Su capacidad de comunicación es sobresaliente, y es evidente que disfruta con lo que hace y que vive con tremenda emoción cada instante. A lo largo de los dos días que compartimos, nos obsequió con un alarde de sabiduría, humanidad, conocimiento científico, simpatía, buen humor… y mucha humildad. Como ejemplo de ello, cuando fui un momento a saludarle y a hacerme la foto de rigor, al darle la mano, me dio las gracias por venir. Alucinante. ¡Bruce Lipton agradeciéndome en persona! Fue increíble. Por supuesto, le devolví el agradecimiento. El mérito es tuyo, Bruce. Me hubiera quedado charlando horas y horas con él, pero había una larga fila de gente que quería saludarlo, así que no quise abusar. Realmente, mi sensación fue muy positiva. Es un tipo muy cercano y afable. Un verdadero Maestro.
Como digo, Bruce no dejó de hablar a lo largo de los dos días. Se comía el escenario a cada paso que daba, y eso que éramos cerca de mil personas las que allí nos habíamos reunido. Gentes venidas de todo el mundo. A medida que iba desplegando sus dotes como comunicador, se iba creando un ambiente más y más familiar. A través de las múltiples diapositivas, los vídeos y las divertidas anécdotas, las personas allí presentes íbamos despertando nuestra consciencia individual en pro de un propósito mayor. Como las células de los experimentos de Bruce, fuimos conscientes de que, modificando las señales ambientales, es posible crear el paraíso aquí en la Tierra. Incluso también hubo una demostración en vivo de la herramienta terapéutica Psych-k, que consiste en transformar nuestras creencias limitantes hablando directamente con nuestro inconsciente a través de técnicas quinestésicas. Efectivamente, nuestro cuerpo posee una gran sabiduría, y se puede entablar un diálogo profundo con él. La propia quinesiología es una práctica milenaria que nos lo demuestra con efectivos resultados. Si somos capaces de cambiar nuestras creencias limitantes, enviando mensajes positivos a nuestra mente subconsciente, podemos hacer milagros. La clave de todo está en cambiar el miedo por el amor. Y eso empieza por cambiar la manera en que nos hablamos. Si soy capaz de hablarme a mí mismo mejor, si soy capaz de amarme, darme cariño, y alabarme, a partir de ahí, podré compartirlo con el resto de las personas con las que me cruce. Y así podré contribuir a mejorar el entorno que me rodea. Y con esto, estaré dando pasos hacia la creación de una nueva humanidad, basada, como decimos, en el amor. Ahí está la clave de todo. Ése es el alfa y el omega de todas las cosas. Al igual que “La biología de la creencia”, el propio seminario terminó con el punto en el que la ciencia y la espiritualidad se dan la mano. Es fundamental comprender que no están enfrentadas, sino que llegan al mismo lugar. Como decíamos antes, las física cuántica nos ha confirmado lo que las células llevan miles de millones de años demostrando: si somos capaces de crear ambientes libres de violencia y miedo, floreceremos y evolucionaremos. La clave de todo está en generar espacios de cooperación donde reine el amor. Así de sencillo. En nuestras manos está el crear nuestro propio jardín del Edén, nuestro verdadero Paraíso aquí en la Tierra.
Éste el gran legado que nos deja Buce H. Lipton, y por ello le estaré eternamente agradecido. Muchas gracias por venir a compartirlo a Barcelona. Quiero aprovechar para dar las gracias a Vladimir Briceno y a todo el equipo de Younity, por traerle. Asimismo, gracias, Mayte, Alejandro, Noelia, Olga y Kenneth, por el bonito equipo que hemos creado. Gracias Lidia por tu presencia en el seminario, encontrarnos allí fue una grata sorpresa. Gracias Koro por animarme sin dudarlo a asistir. Y por supuesto, muchas gracias, Helena y Estela, por vuestra amistad y por ser tan buenas anfitrionas. Me emociona ver cómo la comunidad va creándose y expandiéndose.
Por todo ello, considero que la mejor manera de terminar este post es dejando al Maestro que le ponga el punto final. Me gustaría transcribir literalmente los dos últimos párrafos del epílogo de ¨La biología de la creencia”. Me despido con este mensaje lleno de esperanza y sabiduría. Gracias por Ser.
La mayor parte de la violencia humana no es necesaria; y tampoco forma parte de un componente genético heredado necesario para la supervivencia. Tenemos la capacidad, y en mi opinión una responsabilidad evolutiva, de acabar con la violencia. La mejor forma de hacerlo es darse cuenta […] de que somos seres espirituales que necesitan el amor tanto como la comida. Sin embargo, no daremos el siguiente paso evolutivo por el mero hecho de pensar en ello, de igual forma que no cambiaremos nuestras vidas ni la de nuestros hijos sólo leyendo libros. Deben formarse comunidades, agrupar gente con mentalidad similar que trabajen para el progreso de la civilización humana tras darse cuenta de que la “supervivencia de los que más aman” es la única ética que asegurará no sólo una vida personal saludable, sino también un planeta sano.
¿Recuerdas a los rechazados y poco preparados alumnos del Caribe que se unieron, como las células que estudiaban en la asignatura de Histología, para formar una comunidad de exitosos estudiantes? Utilízalos como modelo a seguir y asegurarás un final propio de Hollywood, no sólo para los individuos atascados en su propias y limitadas creencias, sino también para este planeta. Utiliza la inteligencia de las células para impulsar a la humanidad hacia un peldaño superior en la escala evolutiva en el que los que más amen prosperen y no sólo sobrevivan.