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Hay una cita de Bert Helinger (el creador de las constelaciones familiares) que me llama especialmente la atención, y dice así:

El corazón de quien ha comprendido que lo presente está en resonancia con lo pasado, tanto en lo bueno como en lo malo, late en sintonía con el mundo.

Y bien, ¿qué opinas?, ¿estás de acuerdo?

¿Dirías que tus elecciones presentes están en resonancia con tu pasado? Al respecto, permíteme un dato: si piensas que eres totalmente responsable de las decisiones que tomas, que sepas que no es así. Lamento decirlo, pero en un 95 por cierto de las elecciones que hacemos, las hace nuestra mente inconsciente. Quienes estudian neurociencias nos lo confirman. En ese sentido, es válida la metáfora con un ordenador: a nivel conductual, somos una máquina que ejecuta los programas (software) que vienen instalados en su hardware (sistema nervioso central).

¿Y qué significa esto, que no somos libres? ¿Somos prisioneros de esos programas inconscientes y por lo tanto víctimas de un destino incierto?

Que no cunda el pánico. La epigenética, ciencia que estudia las circunstancias que afectan a los genes, nos demuestra que hay solución posible y que por tanto conviene mantener viva la esperanza. Por supuesto, es posible dejar de ser víctimas para ser creadores de nuestro destino. Nunca es tarde para llevar la vida deseada.

La consciencia es la clave de todo. Es lo que nos hace darnos cuenta de nuestra realidad, y a partir de ahí, nos sugiere cambios. El asunto es asumir la voluntad necesaria para llevar a cabo dichos cambios. O mejor dicho, asumir la voluntad necesaria para fluir con los cambios que la propia vida lleva a cabo. En mi caso, puedo decir sin reparos que el sufrimiento es el acicate que me pone en marcha para tratar de poner consciencia. Por eso, lo agradezco, pues es lo que hace que siga indagando en mí.

Dicho esto, vamos a ocuparnos de lo que nos toca en el día de hoy: la resonancia entre el presente y el pasado.

Recuérdame, hoy me tengo que ir, mi amor

Recuérdame, no llores, por favor

Te llevo en mi corazón y cerca me tendrás

A solas yo te cantaré soñando en regresar…

¿Te suenan estos versos?

¿Has visto la película de animación “Coco”? Es muy buena. Retrata como ninguna la celebración del Día de Muertos mejicano y toda su cosmovisión, y se centra en la relación que existe entre las distintas generaciones de una misma familia. Éste me parece un asunto fascinante, que da para mucho. Efectivamente, el enfoque transgeneracional se dedica a estudiar cómo las vidas de nuestros antepasados nos afectan de manera directa. A veces, de forma que ni llegamos a imaginar. Al respecto, hay una investigación que arroja unos resultados muy interesantes. Ya hemos hablado de esto en alguna ocasión. En la Universidad de Zurich hicieron experimentos con ratones y demostraron científicamente que el miedo se hereda.

Se hizo de la siguiente manera. Traumatizaron a un grupo de ratones y analizaron las dos generaciones siguientes. Separaron de sus madres a una camada de ratones recién nacidos aleatoriamente. Todos los días, durante dos semanas, los ratoncitos bebés fueron alejados de sus madres durante tres horas. Esta situación resulta extremadamente estresante para estos roedores. De hecho, el comportamiento errático y ciertos signos de depresión evidenciaron el daño: los ratones que habían sido traumatizados eran imprudentes y vagaban en espacios abiertos y luminosos, algo que normalmente evitarían por ser una situación de riesgo.

En una segunda etapa del experimento, los machos de las camadas traumatizados engendraron crías que mostraron comportamientos anormales similares a los de sus padres, a pesar de que nunca habían experimentado tal trauma. Los niveles de insulina y de glucosa en sangre de esas crías eran también más bajos que en los ratones normales, lo que se considera un síntoma de estrés. La siguiente generación, es decir la de los nietos de los ratones estresados, también mostró comportamientos anormales.

A pesar de no haber tenido problemas de crecimiento, el daño provocado a estos ratones se extendió a tres generaciones. ¿Qué te parece? Interesante, ¿no? Al menos su sufrimiento no fue en vano y sirvió para arrojar más luz en el tema. Efectivamente, ésta y otras investigaciones en la misma línea confirman que la epigenética se da también a un nivel transgeneracional.

¿Quiere esto decir que hay que buscar el origen de nuestros traumas en el árbol genealógico?

Lo presente está en resonancia con lo pasado, tanto en lo bueno como en lo malo.

Al igual que estos ratoncillos que se comportaban de forma depresiva porque sus antepasados habían sido deliberadamente traumatizados, tal vez nos pueda suceder algo similar. Quizá también portamos cargas invisibles que nos joroban la existencia. Lastres heredados que nos hacen tomar decisiones erróneas, nos llevan por el camino de la amargura y hacen que continuamente nos estemos auto-saboteando. La buena noticia es que podemos modificar esos patrones de conducta disfuncionales. Podemos sustituirlos por otros para hacer que jueguen a nuestro favor. La solución, como siempre, la hallaremos volviendo la mirada hacia el interior y abriéndonos a la consciencia.

Si tengo especial dificultad en un determinado asunto, algo que no funciona por más que lo intento, tal vez sea el momento de explorar. Hablamos de indagar en esos orígenes, en las vidas de quienes me precedieron, para así traer consciencia y saber si hubo situaciones especialmente difíciles, dolorosas y/o complicadas. Se trata de poner luz allí donde hasta ahora había ignorancia. Los ratoncillos del experimento no tuvieron la oportunidad de indagar en sus propias raíces; nosotrxs, afortunadamente, sí que la tenemos. Así que vamos a aprovecharla.

Podemos jugar a ser detectives y comenzar a husmear en nuestro árbol genealógico. Buscar una pista, un hilillo del que comenzar a tirar para ir desenrollando la madeja. Preguntar a nuestros parientes vivos más ancianos puede servir, aunque no siempre funciona. A veces ha habido sucesos tan dolorosos que se produce la consabida “conspiración del silencio”. Puede que nos miren raro o directamente nos censuren si empezamos a hacer preguntas incómodas. Bueno, no pasa nada, no estamos aquí para juzgar a nadie, y menos a nuestra familia. Y supongo que hasta cierto punto esto es comprensible…

Aunque me da la sensación de que no siempre es así. Al menos, no en otras culturas. Me estoy refiriendo a la costumbre de reunirse y contar las historias familiares, tan típica de las sociedades tribales. Esta tradición oral, que se transfiere de generación en generación, y que hace que todos los miembros del clan estén al corriente de los sucesos importantes, me parece una manera fabulosa de poner consciencia. Recuérdame, y viviré para siempre.

¿Representa ésta una milenaria práctica que en nuestra moderna sociedad del bienestar se ha perdido? ¿Ya no nos tomamos nuestro tiempo en juntarnos alrededor de la hoguera para escuchar a nuestros mayores? Es como si estuviéramos tan atareados que ya no podemos perder unos minutos recordando a quienes ya no están aquí. Una lástima. Parece que el culto a los antepasados resulta anacrónico y retrógrado, más propio de salvajes que de personas civilizadas. Y por si fuera poco, la muerte hoy día es un tabú, algo terrible que, o se evita a toda costa, o se desfigura a base de morbo. Malos tiempos para la lírica.

Pero, ¿y si ahí estuviera el hilo del que tirar? ¿Y si se nos estuviera ofreciendo la clave hacia la sanación? O por lo menos, a una parte importante de nuestra sanación. Me refiero a abrir la mirada para recordar, honrar y agradecer nuestros orígenes; tener presente que somos el resultado de quienes nos precedieron. Esto es lo que pretende la terapia sistémica: aceptar que cada miembro es fundamental para el devenir de todo el conjunto. Vivan o no, se trata de reconocer y aceptar a todos los miembros; darles su lugar, hicieran lo que hicieran, y pasara lo que pasara.

En toda familia hay historias tristes, por supuesto. Mientras que algunas son recordadas y aceptadas, otras, en cambio, se ocultan. Son sucesos que normalmente llevan asociados una carga importante de vergüenza y culpa, lo que los hace ser borrados del relato oficial. A veces tiene que ver con miembros que hicieron cosas indignas y/o que cortaron los lazos familiares y nunca más se supo de ellos. Otras, se trata de muertes inesperadas y ante las que no hubo luto, tales como abortos, o bebés que nacieron sin vida o que fallecieron demasiado pronto. Así pues, todos ellos comparten una característica común: son los miembros del sistema olvidados y excluidos.

Olvidados y excluidos, no pueden ser recordados. Olvidados y excluidos, no hay nadie que escuche sus susurros.

Según la teoría de sistemas, cada pieza es fundamental en el correcto funcionamiento de todo el conjunto. Por eso, si no damos su lugar a cada miembro del sistema, éste se va a ver afectado, siendo (en el caso de una familia) las nuevas generaciones quienes pueden sufrir consecuencias. Retomemos por un momento el experimento de Zurich. ¿Lo tienes? Ahora imagina que eres un ratoncillo que tiene fobia a explorar lugares nuevos. Esto hará que no vayas a buscar comida cuando se termine en tu entorno, y a la larga, que mueras de inanición. No lo sabías, pero esa fobia estaba genéticamente codificada en tus cromosomas. A tu bisabuela le crearon tal trauma que sus genes se vieron afectados, transmitiéndose dicho complejo a su descendencia.

Imagina ahora que, en lugar de un pequeño roedor, eres un ser humano con una situación familiar similar. Ves que a todos tus parientes les sucede lo mismo: miedo a exponerse, a salir de la zona de confort. Tú eres consciente de que esta conducta es muy limitante, pero en el caso de tus familiares, ves que rechazan hablar del tema. No quieren saber nada de ello. Y eso te hace sufrir, te provoca una gran frustración y una evidente sensación de alienación.

¿Te acuerdas de “Coco”? La peli cuenta una historia similar. En lugar de ratoncillos suizos, el trauma transgeneracional sucede en una familia de México. En este caso, el protagonista es Miguel, un niño de 12 años que le encanta tocar la guitarra y cantar. El problema es que sufre ante la negativa de su familia, pues se lo impide a toda costa. ¿Y eso? ¿Cómo así? Al igual que sucedía en la Universidad de Zurich, el tatarabuelo de Miguel sufrió un hecho muy angustioso relacionado con la música. Tanto fue así, que ese trauma, esa “maldición” sigue afectando a su descendencia varias generaciones después.

Éste es el argumento de “Coco”. La vida misma contada en una película de animación. Pero no temas si no la has visto todavía, no voy a hacer spoiler.

Llegado este punto, me surge la pregunta. ¿Nuestros más profundos terrores y bloqueos son generados en esta vida, o venían ya codificados en nuestros genes? El síndrome del impostor y los auto-sabotajes creo que tienen mucho que ver con todo esto… En cualquier caso, la epigenética nos enseña que podemos cambiar nuestra biología cambiando nuestro entorno. Así que manos a la obra. ¿Es nuestra tarea sanar patrones disfuncionales de nuestro linaje? Hagamos como Miguel, y sigamos nuestra intuición por mucho que pinten bastos. Es fundamental confiar en el proceso, aún a pesar de las dudas y los miedos, ¿pues qué sentido tiene la vida si no? Da igual si algunos familiares se oponen; ten fe en que vas a recibir la ayuda necesaria. Realmente, representas la esperanza de tu sistema para liberarse de esa lealtad absurda, ese trauma transgeneracional. Aunque suene a flipada: You are the Chosen One!

Por eso es fundamental recordar.

“¡Recuérdame, y viviré para siempre!” Es lo que le suplican sus ancestros a Miguel. Que les tenga presentes, que no les olvide.

La próxima vez que veas la peli, mírala con esta mirada sistémica. A ver qué tal.

¿Te identificas con algo de lo hablado hasta aquí? Confieso que cuando la vi, me tocó bastante y me pegué una buena llorera. En mi caso, me sentí identificado con el propio Miguel. No es que tenga el anhelo de cantar y dedicarme a la música, sino por el hecho de sentir que en mi sistema familiar también hay lealtades absurdas. Traumas que necesitan ser mirados y sanados.

A veces me siento un poco bicho raro cuando estoy en familia, como si hablara un lenguaje diferente. La temática sistémica y transgeneracional no es algo que les despierte un interés especial. No sé, ¿quizá tengo un gusto demasiado esotérico? Aún y todo, valoro el respeto que existe. Y por supuesto, soy consciente de que mis padres han tenido una vida mucho mas difícil que la mía. Es verdad. A veces lo olvido y les juzgo, por eso nunca está de más darles las gracias por todo lo que han hecho y hacen por mí. Así pues, gracias de todo corazón. Teniendo esto en cuenta, y sabiendo que es de mi entera responsabilidad ver el vaso medio lleno o medio vacío, voy a adentrarme un poco en todo esto. A ver qué pasa.

Mi familia, tanto la parte paterna como la materna, proviene del mundo rural. De hecho, son del mismo pueblo. Allí, en Aguilar, los roles estaban bien definidos, como siempre había sido: los hombres trabajaban en el campo, mientras las mujeres se ocupaban de la prole y la casa. Vidas apegadas a la tierra, en las que había que currar a tope para ser alguien respetable. “No te salgas de la norma establecida, sigue la tradición y cumple con lo que se espera de ti”. Éste sería el software implantado, el patrón inconsciente, la lealtad familiar. Un ambiente en el que las artes, como en el caso de la familia de Miguel, son vistas como algo fatuo, vanidoso o inservible. ¡El trabajo duro nos dignifica! Por cierto, recordemos que la palabra “trabajo” proviene del vocablo latino “tripalium”, que no era otra cosa que un instrumento compuesto por tres palos (de ahí su nombre), que servía para atar a un reo y torturarlo hasta la muerte (o asarlo a fuego lento).

Ahí es nada.

Como decía, el patrón o programa estaba claro: las artes son algo absurdo e incluso maldito. Todo lo que no sea ganarse el pan de cada día con el sudor de la frente es una chorrada. Mi padre opina también así, y por ello a veces me planteo cuál es mi papel en esta particular película. Reconozco que tengo una particular lucha con él pues me gustaría demostrarle que es posible vivir del arte. Así que siguiendo el ejemplo de Miguel, voy a ver si soy capaz de charlar con los ancestros, ver qué tal les va, recordar y honrar a los miembros olvidados y excluidos, y en definitiva, liberar esas lealtades familiares y sanar el trauma heredado. ¡Que para algo nací el Día de Muertos!

En mi caso, observo al síndrome del impostor hacer acto de presencia cada vez que surge algún sueño grandioso. Trato de no dejarle que se apodere de mí; lo importante es no hacerle caso y seguir caminando. Sigamos avanzando, confiando en que la vida es la que sabe, en que lo que viene, conviene. Sigamos sumergiéndonos pues en ese “Inconsciente colectivo”, ese “Anima mundi” de la que habla la alquimia, para que desde ahí pueda producirse una verdadera transformación.

La Leyenda personal nunca se cansa de esperarnos.

Dicen que elegimos a nuestra familia antes de encarnar. Que es un tema kármico, un acuerdo de almas. Si esto es así, bueno, supongo que elegí a mi padre como mi gran Maestro en esta vida. Confieso que ha sido todo un aprendizaje el aceptarle como es; a veces me ha costado sobrellevar su rigidez, sus obsesiones, sus neuras… Hoy trato de no juzgarlo, porque sé que su vida ha sido y es mucho más difícil que la mía. En su caso, el hermano que nació justo antes que él, falleció siendo un bebé. Para colmo, a mi padre le pusieron el mismo nombre de su hermanito muerto: LuisMari. Sé que no había mala intención en esto de repetir nombre y no juzgo a sus padres, mis abuelos paternos, por ello. Bastante tuvieron Asunción y Heriberto con sacar adelante a toda su numerosa prole.

Esta historia, que yo conocía desde pequeño, estuvo muchos años guardada en el baúl del olvido. Inconsciente de su importancia, la ignoré sin saber que era algo fundamental en mi propio devenir. En efecto, era una pista que podía llevarme hasta el tesoro escondido, y cuando comencé a tirar del hilo, fui descubriendo algo mágico.

Confiar y esperar. Todo llega en el momento adecuado.

Si aceptamos que somos energía, comprenderemos que todo lo que hacemos y decimos tiene una reverberación. Desde ahí, podremos aceptar que toda idea, todo pensamiento y toda palabra tienen su propio eco, su campo de resonancia. Como dijo Nikola Tesla, “si quieres descubrir los secretos del Universo, piensa en términos de energía, frecuencia y vibración”.

Tener esto en cuenta es fundamental para seguir avanzando.

Corría el año 2011. Estábamos en la clase de Psicosomática clínica, escuchando las enseñanzas del Dr Salomon Sellam. Este médico francés nacido en Argelia había desarrollado su propio método terapéutico, que básicamente fusionaba la biodescodificación con el enfoque transgeneracional. Éramos la primera promoción en Pamplona, y lo cierto es que la formación me estaba resultando interesante y reveladora. Un día, Salomon se puso a hablarnos de algo que había descubierto tras observar en su consulta la repetición de un patrón muy concreto. Constató que ciertos pacientes que acudían a verle debido a un gran sufrimiento existencial portaban en lo profundo de su psique la carga de un difunto, generalmente un familiar fallecido. Al darse cuenta de las perniciosas consecuencias que podía acarrear esta situación, y siendo consciente de su importancia para la salud psico-emocional, decidió poner de manifiesto esta revelación. Y lo hizo dándole el llamativo nombre de “síndrome del yacente”.

Yacente, en castellano, se refiere a un cuerpo que se encuentra tendido o enterrado. Hay un tipo de escultura medieval que representa a la perfección el concepto de “yacente”. Se trata de estatuas horizontales que encontramos generalmente en el interior de iglesias y sobre tumbas de gente importante. Representan al difunto en cuestión en una posición tendida, inerte y a menudo con las manos unidas por las palmas. Tal es la representación simbólica de una persona que sufre este síndrome.

Para que comprendas lo que trato de decir, es necesario que apartes tus prejuicios lógicos a un lado. Te invito a que dejes por un instante el raciocinio cientificista y te abras a nuevas posibilidades. Tan sólo será durante unos momentos. A continuación, vamos a hilar fino, con sutileza. Básicamente, el síndrome del yacente tiene que ver con soportar en vida la carga psíquica de un difunto. Esto es debido a que existe previamente un duelo familiar no resuelto, el cual se transmite a una generación posterior. De alguna manera, y al igual que les pasaba a los ratones de Zurich, estas personas portan un trauma transgeneracional inconsciente.

Imagina que un hermano mayor tuyo, el inmediato anterior a ti, fallece siendo un bebé. Se trata de una muerte dolorosísima para tus padres, tanto, que les impide hacer el luto. Ahora imagina que procrean cuanto antes y que ese “hijo de reemplazo”, eres tú. Encima, imagina que te ponen a ti el mismo nombre que tenía tu hermano, fallecido justo antes de que nacieras. Lo quieras o no, al llevar su nombre, lo estás representando (todo es energía, frecuencia y vibración, recuerda). Es como si portaras continuamente el peso psíquico de un difunto, lo cual te impide vivir plenamente; en esto consiste el síndrome del yacente.

Me quedé mudo al escuchar las explicaciones de Salomon. En verdad fue un momento Eureka, una toma de consciencia importante. Hasta ese día no me había dado cuenta de las consecuencias que el síndrome del yacente tenía para mi padre. En efecto, ahí estaba el origen de su sufrimiento. ¿Sería posible? Yo, que llevaba toda mi vida juzgándole por su manera de ser, y total que había tenido la explicación delante de mis narices desde siempre. Supongo que si no le había prestado la atención necesaria era porque hasta ese momento era incapaz de comprenderlo. En cualquier caso, la historia de mi padre se mostraba como el ejemplo perfecto de lo que Salomon contaba, ¡la explicación no podía encajar mejor! Efectivamente, las personas aquejadas de este síndrome sufren constantemente, hasta el punto de que se podría decir que son adictas a sufrimiento. De hecho, algunos ejemplos que expuso sobre sus propios pacientes coincidían con la manera de ser de mi padre. Me parecía alucinante, desde luego que Sallomon estaba dando en el clavo. Me daba igual si no era un diagnóstico aceptado por la comunidad médica académica. No lo necesitaba, y desde luego que había encontrado algo que era de un valor inmenso, pues por fin podía comprender a mi padre. A partir de ahí pude empezar a aceptar que era y es un ser inocente que había nacido con un programa tremendamente disfuncional. No es que él quisiera joderme la vida. Nada más lejos de la realidad. Simplemente, su manera de ser respondía a esa lealtad, esa carga que le había venido impuesta antes incluso de nacer. En ese momento me di cuenta de la importancia de conocer las circunstancias familiares que rodearon nuestra gestación y posterior parto, para podernos desprogramar de patrones inconscientes.

Es fundamental que una mujer embarazada se encuentre libre de toda perturbación, ya sea física o psico-emocional. Hoy día sabemos que todo lo que vive la madre en estado de buena esperanza, afecta de forma significativa al feto. La ciencia perinatal ha avanzado mucho al respecto, afortunadamente. En mi opinión, es evidente que ese duelo que mi abuela no pudo llevar a cabo por la pérdida de su “primer Luismari”, tuvo consecuencias negativas para el “segundo”. ¿Se puede decir que mi padre sufrió un hecho traumático mientras se desarrollaba en el vientre de su madre, y que esto se vio agravado por el hecho de recibir el nombre de su hermano? Tiene todo el sentido del mundo.

En cuanto a si mi padre acepta o no esta teoría acerca de su propia historia, en realidad es lo de menos. A mí me sirve y me ayuda, y eso es lo importante. Desde que recibí este valioso conocimiento, he tratado de tenerlo presente en cuanto a mi relación con él. Como digo, hoy puedo aceptar que ese programa inconsciente respondía a razones de supervivencia. Puedo observar todo esto desde el desapego, aceptando a mi padre tal y como es. Desde esa consciencia, me pongo en mi lugar como hijo suyo, aceptando que él está antes que yo. Así pues, tomo a mi padre y me rindo a la vida.

Verdaderamente siento que esto es muy sanador para mí. Tanto el escribir sobre ello como el mostrarlo públicamente. Por fin puedo hacerlo sin sentir vergüenza, así que muchas gracias por leerme.

Ya puestos, te contaré que el otro día hice una constelación con Concha Dobón en la que pude tomar consciencia de la importancia de recordar a los miembros olvidados y excluidos de mi clan. Así que este es mi particular homenaje.

Efectivamente, la terapia sistémica trata de poner la luz ahí donde había oscuridad. A veces, en las constelaciones familiares se ponen de manifiesto secretos familiares. Se trata de historias olvidadas, sucesos traumáticos que estaban enquistados e impedían la evolución del clan. Afortunadamente, a veces, llegan seres que contribuyen a sanar el linaje. El proceder de algunas personas que, como Miguel, se aventuran a abrir una puerta que lleva mucho tiempo cerrada es algo sagrado. Son miembros que representan el deseo de todo el clan de evolucionar. Por eso es tan mágico el proceso de seguir un impulso que proviene del corazón, por muy loco que a priori resulte.

Un apunte más. Hoy día, gracias a las grandes posibilidades que nos ofrece la tecnología obstétrica, descubrimos muchas cosas sorprendentes. Por ejemplo, sabemos que un significativo porcentaje de embarazos humanos comienza siendo gemelar. Sí, que vienen dos criaturas, vamos. En realidad no es algo descabellado, pues somos animales mamíferos. ¿Pero cómo es esto posible, teniendo en cuenta que la tasa de partos gemelares es muy reducida? Lo que sucede es que en las primeras semanas de gestación, uno de los dos embriones deja de desarrollarse y pone fin a su existencia. En la mayoría de los casos, la madre ni siquiera sabe que su embarazo comenzó siendo gemelar, pues sucede en un estadio muy temprano, como decimos. El embrión inerte, o bien es expulsado en un sangrado, o bien es reabsorbido por el cuerpo de la progenitora. Lo que resulta llamativo es que parece que esta experiencia de pérdida provoca en la criatura que sobrevive un trauma que lo acompañará en su vida de adulto (síndrome del gemelo solitario). Recordemos aquello de pensar en términos de energía, frecuencia y vibración. Sabemos que lo que sucede en el útero materno afecta al feto, por consiguiente, perder a tu hermano gemelo es una experiencia que deja huella psíquica. Lo bueno es que tenemos la capacidad de jugar nuestras cartas y cambiar nuestro destino. ¡Todo es una cuestión de consciencia!

Así pues, con palabras de esperanza, sabiendo que un mundo mejor es posible, finalizo el post aquí. Quiero terminar recordando especialmente a los miembros de mi clan que fueron olvidados y excluidos.

En el nombre de toda la familia, os reconocemos, os acogemos y os damos vuestro lugar. Y de esta manera, podéis liberaros y podemos liberarnos de toda lealtad inconsciente.

Teniendo claro que lo pasado está en resonancia con lo presente, os damos las gracias. Gracias por ser parte fundamental del sistema.

El sistema está equilibrado, el conjunto está completo.

Ahora ya podemos cantar para celebrarlo:

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